13 de marzo de 2016

2041- EL BRILLO DEL DIAMANTE.

Se dice que un diamante es para siempre. Sin duda es la piedra más dura que conocemos, pero lo de su hermosura depende de gustos. En Estados Unidos hablar de diamantes es hablar de la panacea de las joyas, que sin duda lo es, pero en Europa o en Sudamérica no se le da tanta importancia. Aquí, como en tantas cosas, la cultura británica jugó un papel muy importante. No podemos olvidar que quien dio fama a tan 'brillante' piedra fue un inglés. Cecil Rhodes, defensor del imperialismo británico, llegó a Sudáfrica en 1871 atraído por la noticia del descubrimiento de varias minas de diamantes. La piedra, aunque ya famosa, no tenía la importancia actual y poco a poco fue comprando las minas, tantas que la Compañía De Beers fundada por él llegó a poseer el 90% del mercado mundial. La piedra tiene sin duda la belleza que se le atribuye, pero el valor se lo da el control del stock.

Desde el primer momento los diamantes han sido las gemas más controladas del planeta. A Cécil Rhodes le sustituyó el alemán Ernest Oppenheimer, que consiguió el control de la Compañía a principios del siglo XX. Continuando las directrices de Rhodes, dejó en un segundo plano la producción para dedicarse en cuerpo y alma al corte y distribución de los diamantes. La mina era la mejor caja fuerte y lo más interesante era poner en valor el producto. En poco tiempo los productores ajenos a De Beers acabaron vendiéndole toda su producción, por lo que todos los diamantes pasaban por sus manos. Convertido en un verdadero monopolio, la compañía tenía la potestad de fijar a voluntad el precio de los diamantes y el negocio no paró de crecer. Fue su oportunidad y la aprovecharon.

Poco ha cambiado desde entonces. Si los casi 4.000 millones de mujeres que hay en el planeta llevaran una sortija de diamantes en cada uno de sus dedos, todavía quedarían diamantes de sobra para poner otro más en cada dedo de los pies. El inmenso valor de los diamantes no está en la escasez, sino en el control. Un control que es posible debido a lo centralizado de su producción y a la inteligencia de sus propietarios. Mientras las piedras pequeñas se comercializan a precios asequibles para la relojería y joyería de menor entidad, las piedras mayores son reservadas para los más exclusivos clientes, dispuestos a pagar por ellas precios desorbitados. Miles de millones de piedras descansan en las cámaras acorazadas y solo un mínimo porcentaje se ofrece a esos clientes especiales.

El problema llegó a mediados del siglo XX, cuando en la URSS se encontraron algunas minas de diamantes. Ante la imposibilidad de comprarlas, pues eran del Estado, De Beers negoció la compra de sus diamantes, consiguiendo que aceptaran al garantizar la compra de toda la producción. El éxito inicial se convirtió en problema, por la gran producción y la falta de calidad del diamante ruso. La Compañía solucionó el problema del estocaje de diamantes mediocres con una campaña publicitaria lanzada en los Estados Unidos relacionando la duración del diamante con la del matrimonio. La campaña fue un éxito y los diamantes de calidad media fueron colocados mientras los de calidad excelente, como siempre, fueron a parar a manos multimillonarias o engrosaron las cámaras acorazadas.

El valor de un diamante está en la pureza, en el peso, en el color y (especialmente) en su talla. Un perfecto tallado hace que el brillante refleje la luz y la disperse en todas direcciones, mientras que si no está bien tallado el brillo se ve afectado al no reflejar parte de esa luz. Ni qué decir tiene que la industria del diamante controla no solo la producción y el estocaje, sino también a los mejores talladores. Este control es el que verdaderamente le da tan alto precio al diamante de élite. Si subir los precios demasiado rápido tiene el riesgo del desinterés, mayor riesgo supone que las piedras se devalúen. La política de precios no está pues en la producción, que está asegurada y tampoco en el tallado o en el stock que es permanente. Es el control de todos los factores que intervienen.

En ese momento De Beers controlaba el 97% de los diamantes del mundo. Nadie podía intuir que algo pudiera cambiar al respecto. Pero la URSS colapsó y los contratos fueron disueltos. Las minas de Australia se apartaron de la Compañía y después las de Canadá. Nuevas minas salieron a la luz, fuera del control de De Beers. La Compañía intentó, una vez más, comprar sus producciones pero el mercado estaba descontrolado. A la llegada del año 2000 ya solo el 50% de los diamantes pasaba por sus manos y en este momento es menos del 25%. El monopolio está roto pero, paradójicamente, el precio de los diamantes no ha parado de subir. Comerciantes judíos controlan actualmente el mercado. El mismo 'modus operandi', pero en este momento hacen muchos lo que antes hacían cuatro. 

RAFAEL FABREGAT

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