14 de noviembre de 2015

1936- IDÍLICO MARRUECOS.

Kasbah de Aït Ben-Haddu. 
Marruecos es, por sus tradiciones y su variedad, otro mundo que todos deberíamos conocer. Próximo a Europa, pero más allá de los montes del Atlas africano, las casas siguen construyéndose todavía en adobe.  No creo que sea por necesidad o pobreza, pues también allí hay piedra con la que levantar paredes de mampostería a coste similar. 


Más bien lo harán sin duda por la protección que el barro ofrece contra las altas temperaturas que tienen al exterior de sus casas, durante buena parte del año. La antigua e imaginativa solución del barro mezclado con paja, que resiste impertérrito el paso de los años a poco que se haga un poco de mantenimiento bianual. Porque allí llueve poco pero llueve y, por extraño que nos parezca, las paredes de estas construcciones y especialmente sus techos planos, aguantan la lluvia y protegen a sus moradores, animales y negocios durante décadas, siglos a veces. Aït Ben Haddu es uno de esos pueblos, ciudad fortificada o Ksar a 185 Km. de Marrakech, donde algunos turistas descubren formas de subsistir para ellos desconocidas.


Las gentes del mal llamado "primer mundo" nos preguntamos a veces cómo se puede vivir sin apenas nada, pero se puede. Se puede, porque está demostrado que el ser humano necesita muy poco para vivir. Son los vicios de nuestro mundo, los que nos muestran como indispensables cientos de cosas que no lo son en absoluto. Incluso me atrevería a decir que esas gentes, que apenas reúnen lo necesario para alimentarse cada día, pueden ser sin duda más felices que los que nos permitimos el lujo de viajar hasta sus casas y ciudades, pensando incluso que estas gentes viven peor que los animales. ¿No seremos nosotros acaso los que vivimos peor?. Demasiadas veces nos esforzamos, dejándonos la piel en el camino, por ganar un dinero que después malgastamos en cosas innecesarias. ¿Merece la pena tanto esfuerzo para nada?.

Ellos, esos que nos parecen poco civilizados trabajan la décima parte que nosotros y, con el fruto de ese mínimo esfuerzo, tienen lo suficiente para vivir según sus costumbres. Tienen sus amigos, su religión, sus animales, horas interminables de ocio y charla con sus vecinos y lo que es más importante: el alimento necesario. No será un chuletón de buey con ciento veinte días de curación pero, ¿qué más da?. Un puñado de mijo o cuscús, un trozo de cabra y un vaso de leche es alimento más que suficiente y, para ellos, tan placentero como pueda serlo la carne de un animal que dejó de existir meses atrás. ¡La vida...! La vida en el mundo civilizado es muchas veces un sinsentido, un peregrinaje de sinsabores del que solo unos pocos se benefician.

¿Qué tienen ellos que envidiar de nuestra vida o de nuestras ciudades?. Siempre con prisas, polución irrespirable, infidelidades, amigos que no existen, políticos que se ríen de nosotros y de nuestras miserias. ¡El primer mundo...! El primer mundo se podría llamar a un mundo de amor y bienestar, sin miserias pero sin abusos, donde fuéramos generosos con el necesitado y amigos de nuestros amigos, pero no es el caso. En estos pueblos de barro, que parecen de otro mundo, existe una amistad y una convivencia que aquí ya no tenemos. No es que sean mejores que nosotros, tan solo nos van unas décadas atrás. También ellos acabarán perdiendo esa forma de vida. Es el precio que se paga por la civilización. Ciudades más grandes y casas más altas, ¡pero también de barro!.

RAFAEL FABREGAT

No hay comentarios:

Publicar un comentario