16 de agosto de 2015

1856- AMBICIONES.

La RAE nos define la ambición como el deseo exagerado de poseer riquezas, fama u honores. Se trata de destacar sobre los demás y muy especialmente sobre la gente de tu entorno más inmediato. Al fijarnos metas ambiciosas, quiere decirse que queremos sobresalir por encima del resto. No podemos decir que esto sea bueno o malo y menos aún que esta forma de ser y de actuar pueda significar un pecado para nuestras almas. Luchar por mejorar no puede ser un pecado, sino una virtud, siempre que no sea exagerado. La gente inquieta, ambiciosa, es la que mueve el mundo. Sin ellos todavía estaríamos viviendo en las cavernas. La ambición es la que ilumina los cerebros y hace posible que se alcancen objetivos de los cuales todos nos beneficiamos. 


Algunas personas, nada ambiciosas, confunden la virtud de la sana ambición con el pecado de la oscura avaricia. No es lo mismo. El avaricioso se daña a sí mismo y a los demás para conseguir un fin, mientras que la persona ambiciosa busca mejorar, ser mejor y si se tercia, trasladar esa mejoría a los demás haciéndoles partícipes de ella. Los romanos tomaron a la ambición como diosa y le construyeron un templo para adorarla. Se la describía alada, para expresar la amplitud de sus ideas y la rapidez con la que quería converse en realidad. La persona ambiciosa todo quiere mejorarlo y por lo tanto es la mayor prisionera de sus ideales. A nadie quiere molestar con actitud pero, inevitablemente afecta a la gente de su entorno y no siempre para bien.


Sin ambición nada se consigue, pero son muchas las familias que a la hora de educar a sus hijos lo hacen desde la humildad, aconsejándoles que carezcan de ambición. Lo encuentro contraproducente, pero allá cada cual. Yo tampoco aconsejé a los míos que tuvieran ambición, pero sí que hicieran su trabajo lo mejor posible y que intentaran progresar en la vida. La mediocridad no es buena para nada. Ya sabemos que es muy difícil cambiar el estatus de una familia, pero algunos lo consiguen. Son los ambiciosos, los que hacen todo lo humanamente posible por mejorar el modelo con el que partieron desde la línea de salida. Intentarlo de forma sana y sin perjudicar a nadie no puede ser malo y solo los mediocres son capaces de criticarlo.

Humildad no tiene el por qué ser sinónimo de falta de abundancia. Uno puede ser rico y al mismo tiempo ser humilde, que es al fin y al cabo la mayor de las riquezas. Se repite aquí aquella máxima de que "no es más rico el que más tiene, sino el que menos necesita". Yo no creo que la ambición dañe al ser humano. Es más bien la codicia, la avaricia la que provoca ese daño en el indivíduo. Entre otras cosas porque daña al intentar conseguir los bienes que persigue y daña más todavía, ya por envidia, a quienes sí han sido capaces de obtener los resultados perseguidos. Daña el que no mira los medios para obtener los fines. El ambicioso no busca el crecer por crecer, sino que busca la protección, la seguridad y el bienestar que le proporcionarán esos bienes en el futuro.


Esos bienes y esas metas, de no recibirlas de tus antepasados, solo pueden lograrse por medio del trabajo, de la perseverancia y de la sana ambición. Desgraciado aquel que, como los pajarillos, espera que la comida de cada día le sea llegada del cielo. A Dios rogando sí, pero con el mazo dando. Dios ayuda a quienes se ayudan. A quien madruga Dios le ayuda, porque madrugando serás más productivo. Jamás esperé nada de nadie y por eso aprecié tanto lo poco que recibí. Uno tiene que buscar la autosuficiencia, que la consigas o no es otra cosa que ya no depende de nosotros. Pero es nuestra obligación luchar por ella. Como ya he dicho muchas veces en este Blog, los holgazanes que solo piensan en ayudas y subvenciones, no son gente de mi devoción.

RAFAEL FABREGAT

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