22 de julio de 2015

1834- FILIPO II DE MACEDONIA.

Mandíbula de Filipo II de Macedonia.
Sí amigos, lo que veis es justamente la mandíbula de Filipo II de Macedonia (382-336 a.C.) padre de Alejandro Magno. Importante personaje de la historia, por sí mismo y por ser el padre del más grande de los conquistadores de su tiempo. No se conocía el paradero de sus restos, como tampoco se conoce donde descansa su hijo el gran Alejandro Magno
Se cuenta que, depositado el cuerpo de Alejandro en un féretro de oro, uno de sus generales, el que después sería Ptolomeo I gobernador de Egipto y Libia, robó el cuerpo de Alejandro y lo llevó a Alejandría donde quedó expuesto. Más de dos siglos después Ptolomeo IX reemplazo el féretro de oro por uno de cristal y acuñó monedas con las que pagar deudas contraídas durante su reinado. En venganza por este hecho murió a manos de los alejandrinos. 


Sarcófago expuesto en Estambul.
Pocas décadas después el emperador romano Calígula saqueó la tumba de Alejandro y se llevó sus armas y la coraza. Alrededor del año 200 el emperador Septimio Severo hizo que la tumba de Alejandro Magno fue cerrada al público. Consta que su hijo y sucesor (Caracalla), gran admirador de la figura de Alejandro, durante su reinado (211-217) todavía visitó la tumba de Alejandro pero a partir de ese momento el destino de la tumba y los restos de Alejandro Magno se vuelven confusos y desaparecen en el tiempo. El Sarcófago de Alejandro, encontrado en Sidón y que se exhibe en Estambul, no es para nada el de este personaje sino el de Abdalónimo, rey de Sidón nombrado por orden de Alejandro.

Pero volvamos al descubrimiento de los restos de Filipo II de Macedonia
Un equipo internacional de arqueólogos e investigadores, con el paleontólogo español Juan Luis Ansuaga (codirector del yacimiento de Altapuerca) y el antropólogo griego Antonis Bartsiokas, identifican los restos del rey macedonio descartados décadas atrás cuando fueron encontrados y guardados desde entonces en simples cajas de madera en una vieja estantería. El misterio que no dejaba dormir a los arqueólogos del mundo desde cuarenta años atrás, ha sido aclarado. Todo es muy fácil cuando "se enciende la luz" pero hasta que eso ocurre, las tinieblas no permiten que algo tan evidente pueda ser visualizado y comprendido en toda su extensión... 


Todo sucedió en la localidad griega de Vergina, situada al norte del país, en lo que antiguamente fue centro de Macedonia. Allí mismo está el Yacimiento de Egas, uno de los más importantes de la antigüedad por ser capital del reino macedonio y lugar de enterramiento de la nobleza de aquellos tiempos, declarado Patrimonio de la Humanidad en 1996. Se trata de tumbas subterráneas, en muchos casos acompañados de grandes tesoros. La historia de este hallazgo comenzó en 1977, cuando el arqueólogo griego Manolis Andronikos excavó aquel lugar por primera vez y durante dos años. Su atención la ocupó el más grande de los túmulos y efectivamente aparecieron tres tumbas monumentales, una de ellas mucho más pequeña y sin aparente interés...


Esa primera tumba perfectamente cuadrada pero muy sencilla daba muestras de haber sido saqueada y aparte de mostrar frescos en sus paredes, solo había en su interior huesos de diferentes personas esparcidos por el suelo sin orden alguno. La segunda tumba era muy diferente. Más grande, abovedada e intacta; con el ajuar funerario completo y multitud de objetos preciosos en su interior. También armas y armaduras, una de las cuales se presume que pueda pertenecer al propio Alejandro Magno. Un impresionante sarcófago de mármol y en su interior dos arquetas de oro con los restos de un hombre y de una mujer. Se considera el tercer mayor tesoro de la antigüedad, tras el de Tutankamon en Egipto y el del Señor de Sipán en tierras de Perú.


El segundo año de trabajo (1978) se encontró una tercera tumba, también intacta, aunque con un ajuar mucho menos valioso. Un tiempo después, basándose en la riqueza del ajuar y en diversos textos históricos, el arqueólogo (Andronikos) atribuía los restos de las arquetas de la tumba número 2 a Filipo II y a su esposa Olimpia de Epiro, madre de Alejandro Magno. Sin embargo las dudas sobre esta interpretación no pararon de crecer. Durante años, el antropólogo griego Antonis Bartsiokas pidió a las autoridades que le permitieran examinar los restos sin conseguirlo. Finalmente, en la década de los años 90 se le concedió un permiso de dos horas y comprobó que aquellos huesos no podían ser de ninguna manera los de Filipo II.


La prueba era que aquellos huesos no presentaban las heridas recibidas por el rey macedonio en las muchas batallas llevadas a cabo y muy especialmente la sufrida el año 339 a.C., tres años antes de su asesinato y que lo dejó cojo de por vida. Recibió un golpe de lanza de tal magnitud que le atravesó la rodilla y mató al caballo que montaba. El cadáver de la tumba número 2 fue quemado en una pira funeraria y dificultaba algunas comprobaciones pero de todos modos en los huesos que se salvaron del fuego no se apreciaba esa herida, como tampoco la sufrida en un ojo y que lo dejó tuerto. Bartsiokas publicó el año 2000 en la revista "Sciencie" que los restos atribuidos a Pilipo II no podían ser en modo alguno los suyos y sí los de Filipo III que reinó a la muerte de Alejandro.


Piernas de Cleopatra, segunda esposa de Filipo II.
Invitado por Bartsiokas, el paleontólogo español José Luís Ansuaga viajó a Grecia con un equipo en el que se conjugaba la historia, especialistas de escaneo y antropólogos con las más modernas técnicas forenses. El objeto no eran los restos de la tumba número 2, sino los de la número 1. Restos de tres indivíduos de diferente edad y olvidados en aquellas cajas desde su descubrimiento. Los análisis determinaron con exactitud la edad y género de los tres ocupantes: un varón de unos 45 años, una mujer de 18 años y un bebé de apenas unos días de vida. Todo coincidía a la perfección con los textos históricos... Tras repudiar a su esposa Olimpia, Filipo II se casó con Cleopatra, de 18 años de edad y tuvo con ella un hijo que nació unos días después de morir asesinado.


Pierna izquierda de Filipo, herida en la rodilla.
Apoyada por algunos nobles y para garantizar el reinado de su hijo Alejandro Magno, al morir Filipo II su esposa Olimpia mandó matar a Cleopatra y a su hijo recién nacido, nombrando a Alejandro nuevo rey de Macedonia. Los restos no estaban completos, pero había material de sobras para trabajar sobre ellos. La herida del ojo de Filipo no pudo comprobarse pues faltaba el cráneo, no así la mandíbula que se muestra al comienzo de esta entrada. Estaba también la pierna, con la famosa herida que le dejó cojo para siempre y que mató a su caballo. La tumba de Filipo era más modesta pues como buen guerrero no gustaba de ostentación, mientras que la de su hijo Filipo III ya pertenecía a la época imperial. Olimpia, antigua esposa de Filipo y madre del nuevo rey Alejandro, se ocupó de enterrar en la misma tumba los restos de Cleopatra y de su hijo.

RAFAEL FABREGAT

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