13 de mayo de 2015

1756- CALCATA VECCHIA.

La historia de Calcata Vecchia se remonta a más de 3.000 años atrás, aunque los vestigios más importantes son estructuras de las primeras fases de la civilización Etrusca. Su nombre aparece por primera vez en un documento de finales del siglo VIII, estando Roma bajo el pontificado de Adrián I. Ya a finales del siglo XIX y primeros del XX, pero especialmente tras el final de la II Guerra Mundial, estos pueblos medievales fueron abandonándose por culpa de su incomodidad y de los frecuentes derrumbes de las casas que, a criterio de sus propietarios, no merecían restauración. Calcata Vecchia, a 30 Km. al norte de Roma, durante un tiempo quedó abandonado como se abandonaban tiempo atrás las cosas inservibles o incómodas.


Sin embargo unas décadas después hippies, artistas y bohemios, supieron apreciar el inmenso valor de aquel pequeño pueblo abandonado a su suerte. Con motivo del boom de la industrialización fueron muchos vecinos habían abandonado esos pueblos legendarios o, intentando esquivar las incomodidades de calles estrechas y empedradas, cambiaron su residencia a cotas más bajas abandonando los antiquísimos barrios medievales que les vieron nacer. Casi en ruinas, no llegaron a convertirse en pueblos fantasmas por puro milagro. Los bajos precios que se pedían por las casas y la llegada de aquellas gentes que buscaban paz, tranquilidad y precios asequibles hicieron el resto.


En las décadas de 1960 y 70 nuevos habitantes supieron apreciar lo que allí nadie quería y muchas casas, barrios y casi pueblos enteros cambiaron de propietario. Calcata Vecchia fue uno de esos pueblos medievales maravillosos cuyas virtudes, sus antiguos propietarios no supieron apreciar. Cuando en uno de los primeros documentales televisivos la Radio Televisión Italiana mostró la Calcata Vecchia abandonada, procedentes de toda Italia y de otras muchas partes del mundo surgieron cientos de compradores para ella. El maravilloso paisaje y la bondad de los escasos lugareños que todavía vivían entre aquellas paredes, cautivaron a todos y la práctica totalidad del pueblo fue adquirido por aquellas gentes ávidas de tranquilidad y equilibrio con la naturaleza. 

Algunos antiguos propietarios intentaron reaccionar, pero ya habían hecho tarde. Los nuevos habitantes dieron vida al centro histórico y fuera de él, promoviendo iniciativas y actividades que están dándole una nueva e idílica imagen al pueblo de Calcata Vecchia. Aquel incómodo pueblecito, montado sobre una peña inalcanzable, es hoy lugar de peregrinación para miles de turistas. Tantos, que el acceso al pueblo se hace imposible y los vehículos deben quedarse en la carretera, a la entrada del pueblo y bastante alejados del mismo. La tranquilidad está pues desapareciendo de Calcata Vecchia, pero esos visitantes se dejan sus buenos dineros en bares, restaurantes y tiendas de souvenirs.


Muchos de aquellos nuevos propietarios llegaron del mundo hippie, tan de moda en aquellos tiempos. Gente que no quería saber nada del nuevo mundo de ataduras que se avecinaba. Se instalaron allí, con su hachís, con su artesanía, con sus libertades y la clara convicción de que un mundo en paz era posible. Sin buscarlo, algunas de aquellas pequeñas casas son hoy negocios con pingües beneficios, otras se quedaron garantes de la tranquilidad que aquellas gentes buscaban desde un principio. Porque si algo tienen de bueno esas gentes es justamente la tolerancia y la ayuda común que se proporcionan entre ellos, bienes inmateriales que todos añoramos en el mundo de hoy.


Las gentes que les visitan cada día del año, también quedan alucinados con el silencio y la paz que allí se respira. Son justamente ellos, los visitantes, quienes rompen el silencio de Calcata Vecchia. Pero cada día hay que comer, los artistas bohemios también, y bien que reciben con alegría a sus visitantes. Ofreciéndoles sus pinturas, sus artesanías y plantas medicinales, bordados y abalorios de todo tipo, cuando no una comida frugal pero exquisita en unos restaurantes que solo trabajan los productos caseros y autóctonos, siempre lejos del mundanal ruido. ¡Ufff, que envidia...!

RAFAEL FABREGAT

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