8 de enero de 2015

1619- EN BUSCA DE LA PAZ.

Siempre me he preguntado qué buscaban los eremitas del pasado cuando construían sus refugios de vida y oración en los lugares más inaccesibles. ¿Acercarse a Dios, o alejarse de los hombres?. En este orden de cosas he visto lugares verdaderamente increíbles, tan pequeños que ni siquiera la naturaleza es capaz de encontrar un espacio donde mostrar su exhuberancia y simbiosis con lo divino. No es este el caso, puesto que este monasterio incluso tiene espacio para un árbol... Aún así, el que nos ocupa es uno de esos espectaculares lugares, donde no habría espacio ni siquiera para Dios, si éste ocupara lugar. Es un decir, claro, pero en monasterios de este tipo podría ser fácil encontrar la aguja y especialmente el pajar.


Se trata del monasterio de Katskhi Pillar. El origen es un antiquísimo altar pagano utilizado en rituales para aclamarse a la diosa de fertilidad. Lógicamente, el macho capaz de subir a implorar tales bendiciones, dejaba claro que la culpa de la infertilidad de la pareja era una cuestión femenina y habían de buscarse por tanto otras soluciones, como por ejemplo el cambiar a la mujer por otra más joven. En las religiones islámicas se dice que eso siempre suele dar buenos resultados. No sabemos si a la inversa... ¡aunque suponemos que también!.

Actualmente hay una pequeña iglesia, levantada en el siglo VI, y hasta un ¿amplio? habitáculo donde el monje georgiano Maxime Qavtaradze campa a sus anchas y se solaza mirando el paisaje. 
  - Parece mentira -piensa incrédulo- que con lo adelantado que está todo, nadie me tape las vistas...
Lo bueno de este enclave es que la casa jamás tiene humedades, ni el baño malos olores. Todas las habitaciones son exteriores y de ambiente sano y soleado. Tiene, eso sí, la incomodidad de no contar con ascensor y son más de 30 metros de altura. Se supone que para el sustento tendrá contratado servicio de catering. 

De todas formas también allí ha llegado la modernidad y ésta le ha traído una amplia escalera de hierro con más de 120 peldaños, pudiendo jubilar la cuerda y el capazo de esparto que tenía hasta hace bien poco. Hay que ir con los nuevos tiempos. 
¡Renovarse o morir!. 
Aunque nadie acude a comulgar, también las hostias le llegan de fuera, pues carece de campo para sembrar el trigo. ¡Y sin tele...! En fin, que todo por allí son estrecheces y penalidades. Pero qué paz, Dios mío, qué paz. ¡Al menos hasta ahora...!


Tanta paz se vislumbraba que, desde que se ha construido la escalera, todos quieren subir. Incluso habrá ya, seguramente, algún hotel rural en las inmediaciones que acoja a tanto peregrino... Mientras se subían alimentos y personas con un capazo y tirando de una cuerda de esparto, había poca demanda de acceso, pero en este momento las aglomeraciones son tantas que el monje ha construido incluso una pared que amuralla la base del montículo. Pronto se cobrará (ya se debe cobrar) por acceder a la cima y habrá cita y colas interminables. ¿Donde va Vicente?. ¡Donde va la gente!. Así somos los humanos... ¿Acaso ignoramos que en los lugares accesibles no existe la paz?.

RAFAEL FABREGAT

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