29 de noviembre de 2014

1587- EL CASTILLO DE PREDJAMA.

Pocos tan inexpugnables como el Castillo de Predjama, incrustado en la roca como frágil cuadro en la pared del más idílico salón cortesano. Enfrente una escarpada pero verde colina le da el contrapunto de color que lo hace resaltar más si cabe de entre los riscos. Una única puerta da acceso a tan peculiar fortaleza y lo hace fácilmente defendible. Este peculiar castillo se encuentra a menos de 10 Km. de la ciudad de Postojna, en la región Notranjsko-krâska, al suroeste de Slovenia. Esta región es especialmente conocida por sus muchas cuevas de gran profundidad, así como por ser la única salida al mar del imperio austrohúngaro. La cueva del Castillo de Predjama fue creada durante millones de años por el río Lokva.

Veinticinco metros debajo del mismo Castillo de Predjama hay varias cuevas de más de 13 Km. de longitud y de gran interés turístico y arqueológico. 
Están repartidas en varios niveles y son el cuarto sistema más grande de Eslovenia, alcanzando los 570 metros de altura. Toda la montaña en sí es como un gran queso de Gruyere. 
Se visita turísticamente y el acceso y primera parte del recorrido se llama La Caballeriza porque los diferentes señores del Castillo de Predjama la utilizaron a partir de la Edad Media como lugar donde guardar los caballos y todos los pertrechos necesarios. 
Colgado de un precipicio de 125 metros de altura y ubicado buena parte del mismo dentro de una cueva natural el Castillo de Predjama es único en el mundo. Fue fortaleza inexpugnable del barón y célebre bandolero Erazem Luegger, caballero de Predjama, donde se escondía tras sus múltiples hazañas de bandidaje. 

Fue construido en el siglo XII y se menciona por primera vez el año 1202. Pocos años después el castillo aparece en poder del Patriarcado de Aquilea.  En el siglo XIV se adueñan del mismo los duques austriacos, aunque en 1398 un asedio y posterior incendió lo destruyó por completo. 
El Castillo de Predjama, más que por su verticalidad, se hizo famoso principalmente por la leyenda del barón Erazem LueggerSe cuenta que a pesar de estar en estado ruinoso llamó la atención del barón por su especial emplazamiento y lo pidió al rey austriaco Federico III para su restauración y ocupación posterior. 

Sin embargo por circunstancias de la vida nuestro barón apoyó años más tarde al rey de Hungría, Mattías Corvinus, en su ataque a Trieste. Naturalmente aquello disgustó al rey Federico y ambos se enemistaron. Finalmente el barón y sus leales fueron perseguidos por la disputa y muerte de uno de los alguaciles del rey austriaco, en una de las incursiones que el barón llevaba a cabo contra el propio Federico III. Escapando de la persecución
Erazem Luegger y los suyos se parapetaron en el castillo y cumplido un año de asedio por el señor de Trieste, nada parecía indicar que faltaran las provisiones y nadie podía saber de qué forma se abastecían. 

Tras un año largo de espera, ninguna bandera blanca indicaba la rendición del barón por falta de alimentos. Se dice que en cierta ocasión y para más burla, el barón le mandó al señor de Trieste, su sitiador, un pollo asado al tiempo que desde las almenas lanzaba puñados de cerezas a las tropas enemigas. 
Desconocían los sitiadores que la cueva tenía salida natural secreta a 7,5 Km. de distancia al valle de Vipava y que de forma discreta se abastecían en las aldeas de la zona. Ante la imposibilidad de entrar a la fuerza, el de Trieste estaba desesperado cuando la nota de uno de los criados de Erazem vino a solucionar el problema. El traidor informaba a los sitiadores del emplazamiento entre los riscos de un sencillo baño de ladrillo al que el barón acudía cada día a hacer sus necesidades fisiológicas.


Dos cañones apuntaron hacia el objetivo, cargados con sendos proyectiles de piedra del tamaño de un balón de fútbol y todos quedaron expectantes a la espera de prender las mechas que dieran fin al conflicto. No fue hasta el amanecer cuando el traidor dio la señal iluminando el lugar con una antorcha. A una indicación del de Trieste, las dos baterías fueron disparadas al unísono y los certeros cañonazos destrozaron el lugar por completo, acabando con la vida del ilustre ocupante. La cita diaria del barón Erazen fue, en esta ocasión, con la muerte. 

RAFAEL FABREGAT

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