25 de noviembre de 2014

1582- CAZANDO MOSCAS.

Los viejos, tan aficionados al refranero popular, dicen que "las moscas se cazan con miel, no con hiel". No hace falta ser una lumbrera para darnos cuenta de que el citado refrán nos habla de las excelencias de la hipocresía. Tan listos que nos creemos y resulta que nosotros mismos tenemos clara la conveniencia de apostar por la falsedad, como medio de supervivencia. ¿Tan tontos estamos?. Pues seguramente si. "A nadie le amarga un dulce" y por consiguiente a todos nos gusta que nos adulen. Nos gusta el jabón, ¡que le vamos a hacer!. Hasta cuando nos damos cuenta de la falsedad. El ser humano es así de tonto...


Cuando alguien "nos hace la pelota", por mucho que nos demos cuenta de que es la típica actuación del lameculos de turno, nos agrada. No podemos evitarlo. ¿Cómo es posible que esto sea así?. Por lo visto es algo que viene en el pack de instrucciones que nos acompaña al nacer. Vemos que nos hacen la pelota, que no es cierto ni natural el favor que nos demuestran y, aún sabiendo que es porque algo quieren de nosotros, dejamos aparcada nuestra inteligencia natural y nos dejamos querer. Sirva esto para darnos cuenta de nuestra debilidad. Está claro que se nos gana más fácilmente adulándonos que luchando. 

Los humanos, no podemos evitarlo, somos más propensos a confiar en las personas que nos tratan con amabilidad y buenas maneras. Ya no digamos si tal amabilidad llega hasta el punto de parecer auténtica amistad... Tal como hacen las moscas con la miel, la debilidad del ser humano va pareja con el trato amable que otros tengan con nosotros. Naturalmente el ser humano es inteligente y esa amabilidad, por muy interesada que sea no tiene que aparentarlo. No sea cosa que el otro se mosquee. Es ahí donde juega su papel la inteligencia de la parte contraria. Para desarmar al enemigo, tiene que parecer que ese amor es auténtico y real.


Está claro que estamos hablando de la más perversa hipocresía, pero lamentablemente está a la orden del día. Nada podemos conseguir si decimos lo que pensamos. Sin el uso de la hipocresía nadie puede llegar a nada. A mayor ambición, mayor tiene que ser la hipocresía a emplear. Podemos pensar incluso que la persona a la que halaguemos para conseguir los fines propuestos, se pueda dar cuenta de nuestras intenciones y que el resultado sea el contrario a nuestros intereses. Efectivamente puede pensar que queremos llevarla a nuestro terreno, pero es tanta su egolatría que negará la evidencia y se dejará querer.


No es lo que quisiera decir, puesto que esa no ha sido mi actitud ante la vida. Soy enemigo acérrimo de la hipocresía, pero los muchos palos recibidos me han enseñado que con ella los caminos están más llanos y limpios de piedras. Ya que la justicia no existe, dejemos a un lado el orgullo y hagamos de la inteligencia nuestra mejor arma. Yo salí adelante, pero con muchos tropiezos y en lucha terrible por la supervivencia. No se lo aconsejo a nadie. Por mucho que odie la mentira, aconsejo la amabilidad por bandera, incluso con el más duro enemigo. Las moscas, no lo olviden, se cazan con miel.


Por mucho que nos demos cuenta de que quien nos adula persigue algún fin, de que no hay razón alguna para recibir amor de determinada persona, es difícil negarse a recibir un baño de amabilidad. Ya sé que muchos pensarán que es imposible cerrar los ojos a la evidencia pero, aún así, estamos tan faltos de amor que todo el que pueda llegarnos, aún sabiendo que es falso, lo recibimos con agrado. No podemos evitarlo. Por lo tanto, ante un reto difícil, no saquemos las pistolas y demos paso a la amabilidad, al amor. Aunque sea falso... (Los políticos, como la palabra hipocresía es tan fea, lo llaman diplomacia).

RAFAEL FABREGAT

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