16 de febrero de 2014

1265- EL INFIERNO DE CENTRALIA.

Centralia era un pueblo próspero y feliz de más de 2.000 habitantes, ubicado en el condado de Columbia (Pensilvania) EEUU. Pueblo rico y con historia. Había nacido en 1841 como simple aldea de media docena de casas mal contadas, una de las cuales era la taberna "Bull's Heat" propiedad de Johnathan Faust. La historia nos demuestra que, habiendo taberna, no hay pueblo pequeño y tal que fue así puesto que en 1866 ya se inscribía como población. Naturalmente tal explosión demográfica no la provocó la taberna de Johnathan, sino el hecho de que en 1854 llegara a la villa el ingeniero Alexander W. Rea y organizara el trazado de la localidad proyectando calles y delimitando parcelas. Su actitud no era mero capricho, sino que obedecía al hecho de haberse detectado carbón en el subsuelo, lo cual hacía prever el rápido crecimiento de la pequeña localidad.

Pueblo minero de Centralia en 1906
Hasta 1865 la pequeña localidad se había llamado Centreville pero, con motivo de la apertura de la Oficina de Correos, se le puso el nombre de Centralia. Se estableció en la zona la compañía minera "Locust Mountain Coal and Iron" para la que Alexander W. Rea trabajaba y la apertura de minas trajo el trabajo y la prosperidad a todos los habitantes de la comarca. Claro que la riqueza siempre trae problemas consigo. Centralia fue cuna del activismo minero, una organización secreta cuya primera víctima fue Alexander W. Rea, el fundador de la ciudad, que fue asesinado en 1868. Tres elementos fueron condenados por el hecho y colgados en la capital del condado, aunque las actividades de esta organización no cesaron y a éste se le sumaron varios asesinatos más. Pocos años después llegó la calma a Centralia y con ella el ansiado ferrocarril. Dos vías férreas que mantuvieron el servicio durante un siglo.

Avda. Locust en 1983 y 2001. Fotos de David Dekok.
Florecieron escuelas Primaria y Secundaria, siete iglesias, cinco hoteles, dos teatros, veintisiete bares, catorce almacenes, varios supermercados, un banco y (naturalmente) su oficina postal y demás edificios públicos. Todo era trabajo y prosperidad en Centralia, una larga felicidad que había de truncarse un siglo después. En 1960 todo seguía en placentera normalidad, hasta el momento en que alguien prendió fuego al basurero local ubicado en la boca de una mina abandonada. El fuego prendió una pequeña veta de carbón de la antigua mina al que nadie le hizo caso hasta que vieron que aquel fuego, lejos de apagarse, iba cogiendo fuerza y profundidad. Intentaron apagarlo pero ya no pudieron hacerlo. Pocos meses después los gases y peligros hicieron que se abandonara la actividad minera y pasaron 20 años sin que la gente le diera mayor importancia al fenómeno. Un día de 1979, al verificar el nivel de combustible de los tanques de la gasolinera de la ciudad, su propietario se dio cuenta de que la gasolina estaba caliente. Sacó la varilla y bajó un termómetro cuya lectura eran 78ºC, una bomba en potencia.

Aquel incidente alarmó a la población. El fuego subterráneo seguía quemando y cualquier cosa podía suceder. Efectivamente no fue el único incidente. En 1981 un muchacho de 12 años (Todd Domboski) cayó a un pozo de varios metros de profundidad que se abrió bajo sus pies. Afortunadamente el joven fue rescatado sin mayor problema. No había fuego porque el carbón que contendría en su momento ya se había consumido, pero aquello alertó del peligro real de una población asentada sobre una gran mina de carbón en combustión desde más de 20 años atrás. En 1984 el Congreso de los Estados Unidos asignó una partida de 40 millones de dólares como indemnización a los habitantes de Centralia a fin de que abandonaran el pueblo y se establecieran en otras localidades próximas. Efectivamente el pueblo fue prácticamente abandonado y la carretera estatal 61 cerrada al tráfico. Solo unas pocas familias, fuertemente enraizadas al lugar optaron por quedarse a pesar del peligro existente.

Para evitar desgracias irreparables, en 1992 el Estado de Pensilvania expropió todas las casas y demás inmuebles del municipio. Sus propietarios iniciaron una ardua batalla legal contra el Gobierno de los Estados Unidos que no sirvió de nada, puesto que la práctica totalidad habían cobrado unas subvenciones que permitían la expropiación. Hasta incluso el servicio postal estadounidense eliminó en 2002 el código de área. Centralia quedaba muerta y (casi) enterrada por la vegetación. Apenas un puñado de casas quedaron en pie. Con los años sus calles y aceras se llenaron de arbustos que en la actualidad ya son árboles de buen porte. A pesar del evidente peligro, en memoria de la corta historia de Centralia, cada sábado por la tarde se celebra una misa en la única iglesia que quedó en pie. Irónicamente los cuatro cementerios de la ciudad están en perfecto estado. En la actualidad las minas de carbón, a 1600 metros de profundidad, siguen ardiendo. Con una veta de 13 Km., los expertos creen que hay combustible suficiente para 250 años. Esta es la historia de un gran pueblo en el que actualmente viven 10 vecinos.

RAFAEL FABREGAT

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