17 de junio de 2013

1045- NADA ES LO QUE PARECE.

Lo que te dicen que es bueno suele ser malo, el fiel amante de su esposa tiene una puta en cada puerto, el que parece listo es idiota, el más odiado dicen que es querido por todos y el que aparenta ser simpático y chistoso, el que más malas intenciones trae. 

Entonces, ¿donde está la verdad de las cosas?. ¿Como llegar hasta esa verdad?. Lo que si está claro es que el charlatán convence y aunque no convenza, vende por cansancio
Sea como sea, pero vende. ¿Qué importa que sus palabras sean verdad o mentira?. Lo que interesa es lograr los objetivos.
La verdad de las cosas no la sabe nadie. Cada cual tenemos nuestra verdad y nadie quiere saber otra cosa. No merece la pena. 
Por naturaleza, somos propicios a ser pregoneros del mal y poco dados a hacer lo mismo con el bien. ¡A no ser que te mueras, claro está...! Para que alguien vea tu lado bueno, antes has de morirte.
Me ha llamado la atención un relato que he leído en el día de hoy y que voy a contaros, pues deja bien clara la realidad de las cosas... La irrealidad, mejor dicho. La dificultad en saber si el blanco es blanco o si, en realidad, es más negro que el negro. Veréis...

Una guapa muchacha estaba en el aeropuerto. Consciente de que faltaba todavía un buen rato para su vuelo, se compró una bolsa de galletas y un libro e instalándose en uno de los asientos se pone a leer. Al poco rato se sienta a su lado un señor que abre una revista y va hojeándola con interés. 
La chica coge una galleta de la bolsa que tiene a su lado y ve con estupor que también aquel señor coge otra. La muchacha está indignada pero no dice nada, aunque en su cabeza no puede evitar el pensar en la desfachatez del vecino que paladea con fruición la sabrosa galleta sin pedir permiso ni disculpas por aquel acto de piratería. La cosa no acaba aquí... 
Cada vez que la muchacha toma una galleta, el señor coge otra sin dar ninguna explicación. Ya con el paquete próximo a terminar la chica se da cuenta de que las galletas no van emparejadas y una vez cogido el último par solo ha quedado una última galleta en el fondo del paquete...

- A ver que hará ahora el abusón -piensa la joven para sus adentros.
El vecino coge la última galleta y dirigiéndole una amable sonrisa parte la galleta por la mitad y deja la otra mitad en la bolsa, para la chica. Bufando de rabia la muchacha cierra el libro y se levanta dirigiéndose con paso firme hacia el embarque. 
Pocos minutos después llaman a los pasajeros por los altavoces y sube al avión. La chica se acomoda en el asiento y al mirar en su bolso de mano ve con sorpresa que la bolsa de galletas está allí, cerrada e intacta.  Se da cuenta entonces de que ella no llegó a sacar la bolsa de galletas y había estado comiendo las de su vecino, sin que éste se indignara ni le llamase la atención por ello. Todo lo contrario, mientras ella en su interior echaba pestes hacia su persona, el hombre había compartido con ella sus galletas de forma amable y educada. El avión despega. Ya no hay posibilidad de dar explicación alguna al desconocido y mucho menos para pedirle disculpas por lo sucedido. 

En la vida son muchas las veces que, queriendo o sin querer, nos comemos las galletas de los demás. Unas veces de forma inconsciente, pero otras a sabiendas de que lo estamos haciendo y no nos culpamos por ello. 
Sin embargo no somos tan generosos con los demás y aún sin saber si hay razón o no para ello, tachamos de sinvergüenzas a personas que tienen la honradez presente en cada uno de sus actos. Cuando escuchamos al charlatán de turno y antes de llegar a una conclusión, deberíamos fijarnos en los hechos y no en sus palabras. 
Observemos la realidad de las cosas, no sea cosa que lo que parece blanco sea negro y al revés.
El fondo del charlatán, claro está, es siempre interesado y demasiadas veces no nos paramos a analizarlo. (Bla, bla, bla, bla...) ¿Es verdad todo lo que nos cuentan?. Pues no. 

Sus ganas de vender la burra son muchas y quien escucha, no duda, ni pone freno a sus mentiras. Los charlatanes, ¡son tan simpáticos! -dicen algunos... 
Además que si el interesado no se defiende, ¿han de hacerlo los demás?. 
A la vista está que de unos años a esta parte la gente se ha hecho más tolerante. 
Ya casi nada es "pecado" y uno puede hacer lo que le venga en gana y no pasa nada. 
¿La vergüenza?. Pues no sé, creo que se la comió el gato
En cuanto a esta costumbre de poner nombres a las calles... 
Tal como ocurre en los Estados Unidos, habrán de ir pensando en numerarlas pues no creo que nadie merezca tener una calle con su nombre. No porque ahora seamos peores... Los que ya tienen calles rotuladas con su nombre tampoco fueron mejores. Basta estudiar un poco su vida. 
La mayor parte de ellos fueron mala gente. ¿Por qué sucedía esto?. Pues muy fácil. Porque quienes otorgan esa distinción son gente parecida. 
A ellos les parecen buenos... los que fueron como ellos.

RAFAEL FABREGAT

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