5 de marzo de 2013

0942- CLASE MEDIA... ¡DE BORRICOS!.

La desgracia de España no es la crisis en si misma, sino sus orígenes y consecuencias. Cualquier país afectado podrá salir del problema económico en un tiempo determinado, mientras en España seguiremos arrastrándonos por el lodo Dios sabe hasta cuando. Se dice, y no sin razones, que la juventud afectada por la falta de trabajo lo será de por vida. Triste afirmación que todos esperamos no sea cierta, pero mucho nos tememos que no se trata de una opinión gratuita, sino que va acompañada de razonamientos que demuestran bien a las claras que este negro futuro puede ser desgraciadamente posible. Y eso no es todo. Las desgracias no vienen solas. En el caso de que este colapso económico no tenga solución para las generaciones involucradas, y son muchos los sectores que se verán afectados. 

La llamada "clase media" es un concepto inconcreto y atemporal. Nadie puede explicar a ciencia cierta en qué se basa, como tampoco puede concretarse su comienzo y su final. Sin embargo todos tenemos claro que son justamente los miembros de esta clase social los que mueven la mayor parte de los hilos de la economía. El rico no es el que más gasta, mientras el pobre no gasta porque no tiene para gastar. La clase media, el sector más afectado por la crisis, es pues el motor que mueve la economía de un país y por lo tanto el que más influye en el gran problema que padecemos los españoles. La explosión de la burbuja del ladrillo no solo ha dejado miles de viviendas vacías que costarán décadas de absorber, sino que ha dejado patente a millones de jóvenes que, aquella "clase media" en la que se sentían seguros y fuertemente arraigados, era un simple espejismo. 

No hay edificio seguro si los cimientos son deficientes y lamentablemente, los cimientos de nuestra juventud ofrecían muy poca resistencia. El boom de la construcción hizo pensar a nuestros jóvenes que estudiar era una pérdida de tiempo. Cualquier peón de albañil ganaba sueldos superiores a los titulados en carreras de prestigio. Estaba claro que, más pronto o más tarde, habrían de pagarse las consecuencias de actuaciones irracionales. Los listos que supieron recoger la cosecha y escapar de las consecuencias fueron pocos, muy pocos, porque ¿quién se cansa de ganar?. El 99% cayeron en la trampa de unas ganancias progresivas sin parangón. 

Un euro se convertía en tres, tres en nueve, etc. Nadie se paraba a pensar que aquello podía acabar. 
¿Estudiar?, ¿para qué?. No había tiempo que perder... (1x3=3, 3x3=9, 3x9=27, 27x3=81, 81x3=243). Y sin necesidad de arriesgar capital alguno. 243x3= 729, 729x3=2187, etc. El Banco prestaba todo cuanto se necesitaba a precios de risa. ¡Inconcebible!. Sin saber lo que era un ladrillo, el peón se convertía en oficial y el oficial en contratista. Y lo mejor de todo es que el dinero que tan rápido entraba, a la misma velocidad salía, dando vida y ganancia a todos los sectores de la población. Por ser un descontrol irrepetible, quien no ha conocido esa época morirá sin conocerla. El paraíso del ladrillo solo tenía un problema y es que los precios se disparaban a tal velocidad que el dinero se ganaba sin hacer nada. Se dice que en la venta está el beneficio, pero cuanto más tardabas en vender, mayor precio tenían las cosas. Una locura, vaya.

Saber contar con los dedos era suficiente.  Mientras los jóvenes con buenas carreras apenas tenían lugar donde desempeñar un trabajo acorde con su preparación, millones de jóvenes sin estudios o con éstos abandonados, lucían espléndidos coches y adquirían viviendas principales y secundarias riéndose de todo y de todos. ¿Tenía eso alguna lógica?. Esos jóvenes sin estudios ni preparación alguna eran la cimentación de toda una sociedad de clase media que, amparada en el sector inmobiliario, progresaba a pasos agigantados. Mientras eso sucedía, la Banca no paraba de inyectar dinero a bajísimos intereses que nadie sabe de donde salía, hinchando la burbuja hasta alcanzar límites inimaginables. La demanda de trabajadores jóvenes sin preparación era incesante y mientras el país estaba sumido en una construcción imparable, las universidades quedaron vacías. 

Definitivamente estudiar no servía para nada. Así lo entendían los jóvenes porque, en ese momento, tal barbaridad era cierta. 
Sin embargo aquello no podía durar siempre y definitivamente acabó. Acabó porque la sociedad llegó a imaginarse que aquel tren de vida podía ser para siempre y, a pesar de lo mucho que ingresaba, gastó tres veces más. Como no podía ser de otro modo, la burbuja explotó al llegar los primeros impagos. La crisis hubiera tardado mucho en llegar, o no hubiera llegado, si todos hubieran tenido la inteligencia suficiente como para no gastar tan por encima de sus posibilidades. Pero cuando el más loco de todos dejó sin pagar el primer recibo de su hipoteca, llegaron las primeras restricciones y la explosión definitiva. Era el primer eslabón de una larga cadera. 

Como si de fichas de dominó se tratara, todas las cuentas fueron cayendo y el descalabro fue mayúsculo. 
Lo duro de esta situación es que todos y nadie, somos culpables del terremoto que nos ha enterrado a todos. 
Solo fue una pequeña ficha (la primera) pero ella lo echó todo por los suelos. A mayor altura, más fuerte fue el batacazo. 
Incluso los más grades bancos también fueron arrastrados en la caída. 

Solo cuatro gatos mal contados, esos que dicen: ¡hasta aquí llego y a la saca!, son los que se salvaron. 
No se sabe cuantos fueron esos "cuatro gatos mal contados", pero lo que si se sabe es que el país está completamente descapitalizado. Ni siquiera los mayores bancos disponen de liquidez para hacer frente a los depósitos de sus clientes. 
De todas formas los Bancos siempre tienen recursos y soluciones para todo. Si el mal no ha sido mayor es porque la población ha mantenido la cordura suficiente y no ha intentado un rescate de sus ahorros que, con toda seguridad, los bancos no hubieran podido atender. Así estamos y así estaremos, no se sabe hasta cuando. Dos tercios de las naves industriales cerradas; los comercios (incluso las farmacias) cerrando por falta de liquidez; el 26% de la población en edad laboral sin trabajo; la sanidad a medio gas y huelgas en todos los sectores. Las ofertas ya no captan la atención de una clientela asustada y sin recursos. Hasta las discotecas cierran y los bares apenas cubren gastos. Primero se recortó en los gastos extraordinarios, pero actualmente el recorte ya afecta a los sectores básicos. Los salarios han dejado de subir e incluso están bajando. 

El sector de productos de bajo precio también empieza a verse afectado. El consumo de productos frescos está decayendo, favoreciendo el consumo de congelados y conservas. También el número de hogares decrece y las familias se reagrupan como medida de austeridad. El papel de pensionistas y jubilados empieza a cobrar importancia, siendo muchos los hijos que regresan al hogar paterno en busca de un plato de comida caliente. A pesar de las escasas pensiones que se cobran en España, es el único colectivo que aumentó el gasto en 2012. Es momento de que los jóvenes se replanteen su vida, retomando estudios abandonados y preparándose para el momento en que la crisis llegue a su fin. De lo contrario, se encontrarán frente a jóvenes perfectamente preparados contra los que no tendrán defensa posible. 
¡Se pusieron demasiados huevos, en un escaso número de cestas...! 

RAFAEL FABREGAT

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