29 de noviembre de 2012

0859- CUENTOS GRACIOSOS DE LA RED.

Hoy he aparcado la severidad habitual de este Blog y dejo unos chistes encontrados en la Red. Buena es la seriedad pero, cuatro veces al año, hay que dar paso a la tontería y el desenfado. Vamos a ello...
Contaba Einstein que cuando empezó a ser conocido, debido a su Teoría de la Relatividad, era tan frecuentemente solicitado para dar charlas y conferencias que, no gustándole conducir y siendo el coche el vehículo más adecuado para sus desplazamientos, contrató los servicios de un chófer. Con el tiempo, la confianza entre señor y criado era tanta que durante los viajes conversaban de cualquier tema o inquietud. En una de esas charlas Einstein le comentaba al chófer lo aburrido que era decir cada día las mismas cosas a lo que el solícito chófer le propuso que, aprovechando que él ya se sabía de memoria el contenido de sus conferencias, cuando lo estimase oportuno podrían intercambiar los papeles.
A Einstein le pareció una idea divertida y dijo que, aprovechando que allí donde iban ese día no le conocía nadie, podían llevar a cabo el experimento. Ya próximos a su destino paró el chofer al lado de la carretera y se intercambiaron la ropa poniéndose Einstein al volante. Llegados a las puertas del lugar, el conductor paró el vehículo y se aprestó rápidamente a abrirle la puerta al supuesto científico al que esperaban los desconocidos académicos. Hechas las presentaciones entraron todos en la sala y el supuesto profesor dio la conferencia recogiendo los aplausos del público, mientras el verdadero Einstein estaba sentado al fondo de la sala sonriendo complacido. Sin embargo tras los aplausos uno de los académicos le hizo una pregunta al conferenciante que, naturalmente, no supo responder. Sin embargo el aludido era persona avispada y reaccionó de inmediato con esta aseveración:
- Estimado señor, la pregunta que usted me hace es tan sencilla que dejaré que mi chófer, que está sentado al fondo, se la responda...

En cierta ocasión estaba un hombre haciendo autoestop ya noche cerrada y nadie paraba a recogerle. Cerca de la medianoche el frío aumenta y empieza a descargar una fuerte tormenta que apenas deja ver nada. De pronto el autoestopista se percata que un coche se acerca lentamente con las luces apagadas y al llegar a su altura se para. El hombre se sube al vehículo cerrando rápidamente la puerta y al levantar la vista para agradecer al conductor su amabilidad ve que no hay nadie al volante. 
Sin embargo el coche vuelve a deslizarse suavemente al tiempo que el viajero escucha voces y susurros que no entiende. Asustado mira al asiento de atrás y efectivamente oye jadeos y quejidos pero no ve a nadie. Mira delante y ve aterrorizado que a escasa distancia hay una curva en la carretera y el coche se dirige hacia ella sin remisión. Asustado y viendo que su final es inminente reza e implora a Dios por su salvación. De repente y cuando ya el coche está justo en la misma curva, de la oscuridad aparece una mano tenebrosa por la ventanilla del conductor que corrige la dirección del vehículo moviéndolo con suavidad pero con firmeza en la dirección adecuada.
Con el tiempo el pasajero está aterrorizado y cerrando los ojos se aferra al asiento viendo que sucede lo mismo en cada curva de la oscura carretera. Los jadeos aumentan al tiempo que también el espanto del viajero llega a límites que rozan el borde del infarto. 
En la oscuridad de la noche se oye de pronto una voz que dice:
- No te escondas, que te vemos.
Helado por el pánico el viajero no puede moverse. Las voces le repiten lo mismo varias veces a lo que por fin el pasajero balbucea aterrorizado:
- No, por favor, no me hagáis nada...
De repente se oye el chasquido de la puerta delantera en la que el hombre está sentado y aunque tan solo se abre unos centímetros, una voz ronca pero enérgica le dice:
- ¿Que no te hagamos nada, hijo de puta?. ¡Como no salgas del coche inmediatamente y empujes como los demás, te inflamos a hostias!

Al tío Vicente, con motivo de su cumpleaños, sus sobrinos le regalaron un loro. El pajarraco, ya un bicho adulto y muy mal hablado, siempre estaba de mal humor y solo decía groserías. Vicente trató desde el primer día de corregir sus malas actitudes, tratándole con mucho cariño, palabras bondadosas y gran educación, hasta el punto de ponerle incluso música clásica porque había oído aquello de que "la música amansa a las fieras". Sin embargo no obtuvo éxito alguno y un día, ya perdida la paciencia, le gritó al loro y éste le respondió con dobladas expresiones groseras y dando tales chillidos que, nervioso y desesperado, cogió Vicente al insoportable loro y abriendo la puerta del frigorífico lo metió en el congelador.
Durante breves minutos se escucharon los chillidos del loro y el gran revuelo que éste causaba en el compartimento del congelador hasta que, de pronto, cesaron ambos sonidos y solo el silencio flotaba en el ambiente...
Alma bondadosa, cinco minutos más tarde Vicente abrió la puerta del congelador, arrepentido y temeroso de que el animalito hubiera muerto congelado. El loro, que no estaba muerto, salió volando y suavemente se posó en el hombro de su dueño diciendo:
- Siento mucho haberte ofendido con mi pésimo lenguaje y mi grosera actitud. Te pido que me disculpes y te prometo que en adelante vigilaré mi comportamiento y moderaré mi forma de expresarme.
Vicente estaba verdaderamente sorprendido de tanta cortesía por parte del loro, iba a preguntarle por cambio tan radical cuando el animalito, muy educado, le dijo:
-  Por favor, ¿te puedo preguntar una cosa?.
- Claro que sí... Dime, dime -responde Vicente.
- Esto, ¿que fue lo que te hizo el pollo...?

Un joven poco instruido va a confesarse.
- Ave María Purísima -dice saludando.
- Sin pecado concebida -responde el cura.
- Padre quiero confesar un pecado muy gordo...
- Dime hijo, dime -dice el confesor.
- Pues mire padre, resulta que hace un par de días conocí a una chica muy guapa y le hice el amor "a la góndola".
El cura no sabe qué sistema es ese pero, para no quedar como un ignorante, le sigue la corriente reprendiéndole:
- Eso que has hecho está muy feo, por lo tanto rezarás 100 Padrenuestros y 100 Avemarías. ¡Degenerado!.
Marcha rápidamente el joven pero el cura, que había quedado intrigado, se pone en contacto con otros curas a fin de informarse de cual era esa forma de hacer el amor. Sin embargo nadie lo sabe. Al final uno de los colegas le dice que, cuando el parroquiano vuelva por la iglesia, le pregunte cual es ese sistema que tiene a todos los curas intrigado.
Al cabo de un mes el joven vuelve a confesar.
- Padre, vengo porque he vuelto a pecar -dice.
- ¡Ay, ay!. Dime, ¿qué ha sido esta vez? -pregunta el cura.
- Lo siento padre. He vuelto a caer en la tentación. He conocido a otra chica y otra vez le he hecho el amor "a la góndola". -confiesa el joven apesadumbrado, pensando que otra vez tendrá 200 oraciones de penitencia.
- ¡Hombre de Dios! -le amonesta el cura- Ya te dije la última vez que hay que ser más comedido. En fin quedas perdonado, pero... cuéntame ¿cómo es eso de hacer el amor "a la góndola"?. -pregunta el cura intrigado.
- Pues nada padre. La conocí por la noche y fuimos paseando hasta una plaza cercana y le dije que tenía unos ojos muy bonitos, unos ojos como almendras, un cuerpo esbelto, una voz muy dulce... ¡y acabamos haciendo el amor "a la góndola"!.
¿A la góndola, animal? -le dice el cura- ¡Querrás decir halagándola!.

Un granjero decide renovar la raza de animales del gallinero y aunque el gallo que tiene todavía está cumpliendo su cometido, adquiere uno joven y hermoso en la tienda del pueblo y lo pone junto a los demás animales para que vaya acostumbrándose a sus compañeros.
El gallo viejo, al ver que el joven se pasea campante por el corral, empieza a preocuparse.
- Creo que quieren sustituirme -se dice a sí mismo- Tendré que hacer algo al respecto.
Se acerca al gallo joven y se pone a charlar con él como si no pasara nada.
- Hola, ¿qué tal?. Nuevo por aquí... Parece que te crees el más fuerte del gallinero. Pues yo todavía no me veo preparado para que me pasen el cuchillo así que, para demostrarte que estoy más fuerte que tú, te reto a una carrera alrededor del gallinero. Daremos diez vueltas y el que gane tendrá para él todas las gallinas. 
El gallo joven cree naturalmente que está mucho más fuerte que el viejo y acepta el reto.
- Para que veas que estoy mucho más fuerte que tú, no solo acepto el reto, si no que te doy media vuelta de ventaja. Así y todo te ganaré fácilmente.
Los gallos se preparan para la carrera al tiempo que las gallinas, como los niños en el colegio, se agolpan alrededor de los contendientes dando ánimos cada cual a su preferido. Se inicia la cerrera y en las primeras vueltas el viejo mantiene la ventaja. Sin embargo, a medida que la carrera se alarga el viejo va perdiendo metros hasta que llegada la quinta vuelta el joven está a punto de alcanzarle.
En ese momento el granjero, al que ha llamado su atención el alboroto, irrumpe en el gallinero pensando que le ha entrado un zorro y al ver al gallo joven persiguiendo al viejo alrededor del gallinero, apunta con su escopeta y ¡pam! mata al gallo joven de un certero disparo diciendo:
- Ya es el tercer gallo gay que compro este mes...

RAFAEL FABREGAT

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