6 de noviembre de 2012

0837- CREER EN TODO, O EN NADA.

Yo no suelo creer en ningún predicador, sea político o religioso. Ya sé, ya sé que tal aseveración es contraproducente decirla abiertamente y más aún escribirla, bien sea en un blog o en una hoja de papel. Los discordantes con la Iglesia nunca fueron bien vistos pero, a mi edad, tales amenazas no me importan demasiado, de hecho tampoco me importaron antes. Como decía quien lo dijese, de lo que me dicen no me creo nada y de lo que veo solo la mitad. De todas formas mi intención no es, ni mucho menos, criticar a los representantes de la Iglesia Católica pues bastante se adjetivan ellos solitos con sus actuaciones. Cuando digo que no creo en los predicadores me refiero absolutamente a todas las religiones que pueblan la Tierra y a todos los charlatanes de feria, más aún a quienes se dedican a criticar a los demás buscando su desgracia. Tengo más años de los que quisiera y bastante leído y sufrido sobre el particular, habiendo llegado a la conclusión que son todos un atajo de charlatanes y, para mayor abundamiento, muchos de ellos no tienen vergüenza ni la conocen; lo cual no quita para que, entre ellos, haya bellísimas personas que merecen todo mi respeto.

A pesar de todo lo dicho anteriormente, yo no puedo evitar el haber recibido determinadas enseñanzas que, insertadas en mi cerebro, me obligan a creer en Dios. Y es que una cosa es creer en Dios y otra muy distinta hacerlo de los hombres que predican el Evangelio, el Corán, o cualquier otra religión que ha entrado en los cerebros de la humanidad casi siempre a golpe de espada. De todos modos, para creer en Dios no hace que nadie te haga predicación alguna. Prueba de ello es que hasta los pueblos más primitivos, que carecieron de esos enseñantes, también creyeron y creen en un Dios imaginario, al que cada cual le da un nombre distinto. Para creer en Dios solo hace falta mirar al cielo en una noche estrellada. La grandiosidad del cielo es tal que solo creyendo en Dios puede ser justificable. Es más, a mayores conocimientos sobre el espacio, ese sentimiento inicial de los astrólogos basado en la ciencia pura y natural de la física, va tornándose con el tiempo en fundamento religioso. El motivo es la grandiosidad inexplicable del universo o que cuando uno se hace viejo no sabe a qué clavo agarrarse.

Naturalmente la ciencia ha progresado notablemente en el último siglo y metas inimaginables están hoy a tiro de piedra, cuando no alcanzadas ampliamente. Claro que muchas de las cosas que nos cuentan los astrónomos son teorías que Dios sabe cuando se tornarán en visibles para el ojo humano pero ahí están, latentes y verificadas. A los oídos del profano, que le digan que han detectado una galaxia a millones de años/luz de distancia... ¡es como si hablaran en chino!, lo cual no indica que se dude de tales aseveraciones, sino que suenan a una forma de justificación y garantía de supervivencia en el suministro de las subvenciones estatales que reciben para continuar con sus investigaciones. Soy de la opinión y lo he dicho en ocasiones anteriores que, antes de investigar el cielo, deberían arreglarse los problemas de la Tierra, porque lo del Cielo es inalcanzable y lo de la Tierra... ¡Quizás pudiera tener solución y sin guerras!. Da la sensación de que, lo que se gasta en el estudio del Espacio solo sirve para que, si encontraran otro planeta de nuestras mismas características, más de cuatro se marcharían allí previo bombazo a los desgraciados que aquí quedásemos varados. 

¿De qué nos sirve tanta investigación espacial si aquí en la Tierra todavía seguimos matándonos unos a otros?. Ya no digamos los miles de personas, principalmente niños, que cada día mueren de hambre o sed sin que sus gobiernos y el mundo en general hagamos nada por dar solución a tanta desgracia. A la gente "normal", lo de los primeros, segundos, o terceros mundos nos parece una barbaridad y un abuso constante por parte de los diferentes gobiernos que dominan la tierra, por muy democráticos que digan ser algunos de ellos. Desgraciadamente, a la vista está, la democracia no ha traído la libertad ni la justicia que el inocente pueblo pensaba. Las actuaciones de quienes gobiernan siguen siendo abusivas y vergonzosas, cual si de dictadores se tratara, ¡que se trata!. Por increíble que parezca, ni siquiera el hecho de que el ciudadano pueda cambiar su voto y dejarles en la cuneta cuatro años después, es suficiente razón para que vayan por el camino de la justicia y la razón. Al fin y al cabo, las leyes y la justicia las hacen ellos adaptándolas a su voluntad y necesidades.

Tales actuaciones de nuestros políticos de turno nos tiene desencantados a más de cuatro y si seguimos acudiendo a votar no es por creer en ninguno de ellos, sino por creer que con nuestro voto podemos ayudar a que las cosas no vayan a peor. Política y Religión son, desgraciadamente, las mayores lacras de una sociedad que justamente por ser necesarias no pueden ser evitadas.
No creemos ni en unos ni en otros pero, como tantas veces he dicho, estamos sobre una vía de la que descarrilar no es la mejor opción. Ya que el mal es inevitable, mejor que sea el mínimo posible y ese mínimo, como simples borregos que somos, pasa por atender los gritos del pastor y evitar sus pedradas o las mordeduras de los perros que éste tiene a sus órdenes. 
Dicen que con la democracia llegó la libertad pero, ¿para quién?. 
La gente de a pie estamos como estábamos, de la casa al trabajo y de éste a la casa. 
Ha cambiado el hecho de que otros pastores te pueden sacar a la calle a gritar pero, ¿son éstos mejores?. Simplemente buscan nuestra ayuda para encaramarse, ellos también, al poder.
En fin, no lo sé. En mi casa no ha cambiado nada. ¿Y en la suya?. Pregunto...

RAFAEL FABREGAT         

No hay comentarios:

Publicar un comentario