23 de agosto de 2012

0775- ATAQUE VIKINGO A SEVILLA.

Corría el mes de Agosto del año 844 cuando una flota de más de ochenta naves fueron avistadas en el estrecho, frente al Al-Andalus. Eran los Nordumâni, más conocidos con el nombre de los vikingos. Temibles guerreros procedentes de las regiones escandinavas que días antes habían arrasado Lisboa. No se conocía a tan fieros piratas por esas tierras, entonces musulmanas, pero si se sabía de las barbaridades que infringían a los habitantes de los pueblos por los que pasaban. Estos sanguinarios hombres del norte siempre venían por vía marítima por lo que, cualquier territorio emplazado cerca del mar o a orillas de río navegable, estaba siempre en peligro de sufrir sus temidos ataques.

Ruinas monasterio de Lindisfarne.
Las incursiones vikingas nunca habían llegado a cotas tan meridionales. Hasta el año 793 nada se supo en Europa de estos asaltantes del mar pero fue en esa fecha cuando saquearon el castillo-monasterio de Lindisfarne, al norte de Gran Bretaña. A partir de ese momento las incursiones fueron frecuentes, hasta el punto de ocupar buena parte de las tierras de Irlanda, Inglaterra y Francia. Ante la imposibilidad de pararles, era cuestión de pactar. En rey galo entregó Normandía a uno de los más poderosos caudillos vikingos con la única condición de que mantuviera alejados a otros grupos de las mismas etnias. Los vikingos tuvieron gran influencia en la historia europea. Grandes navegantes, se dice que hacia el año 1.000 incluso llegaron a las costas americanas por la ruta de Groenlandia.

Pero, en fin, volvamos a Sevilla... Viendo la importante desembocadura del Guadalquivir y comprobado su excelente calado, los vikingos decidieron internarse en busca de nuevas aventuras. Como se ha dicho, eran más de ochenta embarcaciones, cincuenta y cuatro de gran tamaño y unas treinta menores. Días atrás esos mismos vikingos habían arrasado Lisboa. El gobernador musulmán Ibn Hazm había luchado duramente contra ellos pero el desastre fue inevitable. Cuando las velas vikingas desaparecieron en el horizonte, hacia el sur, también Ibn Aazm mandó mensaje al emir de Códoba informándole de lo sucedido y de la dirección que habían tomado los invasores. Todo fue inútil. Los vikingos fueron más rápidos. Catorce días después del abandono de lo que quedó de Lisboa, los vikingos se habían apoderado de la Isla Menor de Cádiz y remontaban el Guadalquivir.

Avistados los barcos a su entrada a la desembocadura del Betis, los mensajeros llevaron la mala nueva al gobernador de Sevilla y al emir de Códoba Abd-Alrahmân. Los andalusíes ya conocían las fechorías de los vikingos a través de gentes norteñas y por los comerciantes que allí llegaban puntualmente. Sabían de sus ataques despiadados y del rastro de sangre que dejaban a su paso. Se imponía atrincherar adecuadamente a los hispalenses y que el emir mandara refuerzos de inmediato. Así se hizo, pero llegaron tarde... Cuatro barcos navegaban delante de la flota principal inspeccionando el terreno. A su llegada a Coria del Río desembarcaron y dieron muerte a todos sus habitantes para que no dieran aviso de su llegada al gobernador de Sevilla. Sin embargo el emisario ya estaba en camino. De poco sirvió pues la ciudad, sin caudillo ni guarnición militar, no estaba preparada para repeler un ataque de tal envergadura.

El gobernador de Sevilla, viendo la imposibilidad de repeler el ataque, abandonó la ciudad a su suerte huyendo hacia Carmona. Las gentes de Sevilla se desplegaron cubriendo las orillas del río intentando amedrentar al enemigo. ¡Pobres ilusos!. Los feroces vikingos, previamente al desembarco lanzaron miles de flechas que diezmaron a los sevillanos. El desconcierto de los defensores rompió la cohesión y los vikingos aprovecharon el momento para desembarcar, luchando cuerpo a cuerpo seguros de su victoria. La matanza y el saqueo duraron siete días. Las mujeres fueron violadas y los niños y ancianos pasados a cuchillo. A los hombres sanos y fuertes les fue perdonada la vida, a cambio de un destino peor: la esclavitud. Cargados con el botín y los prisioneros, marcharon los invasores al campamento de Isla Menor, en Cádiz. Cuando las tropas de refuerzo del emir llegaron a Sevilla, la ciudad ardía por los cuatro costados.

Mezquita de los Máretires y antigua sinagoga musulmana.
Dos meses después los vikingos volvieron a Sevilla esperando encontrar nuevos cautivos con los que engrosar su botín, pero solo encontraron viejos decrépitos que se habían refugiado en la mezquita. De nada valieron sus rezos. Fueron pasados a cuchillo y aquel lugar tomó posteriormente el nombre de Mezquita de los Mártires. Mientras tanto el emir que había replegado sus fuerzas, estaba reuniendo un ejército suficiente para hacer frente con garantías a los atacantes del Al-Andalus. Cuando Abd Alrahmân consideró que tenía las tropas preparadas mandó a sus generales hacia la otrora romana Híspalis. Mientras las tropas de uno de ellos alcanzó el Aljarafe sevillano y se dedicó a provocar al enemigo, el grueso de las tropas con todos los generales al mando se dirigieron a un lugar llamado Tablada, al sur de Sevilla. Siguiendo las órdenes de su general, los provocadores tenían como misión atraer a los vikinghos hacia esa zona.

Los valientes vikingos, no tan avezados en las artimañas de la estrategia militar, mordieron el anzuelo y fueron en persecución de los supuestos fugitivos que habían osado provocarles. Al llegar a Tejada el cielo pareció caerles encima. Allí aguardaban el grueso de las tropas debidamente camufladas a uno y otro lado por lo que al superar los vikingos su posición, les atacaron por detrás, al mismo tiempo que los que parecían ser perseguidos daban la vuelta encontrándose los atacantes entre dos fuegos. Aquella derrota fue la más grande que nunca habían recibido los normandos. Más de mil cadáveres vikingos quedaron sobre la hierba y otros cuatrocientos fueron capturados. Los supervivientes escaparon aterrorizados por la ribera, dejando más de treinta naves abandonadas. Todas las naves fueron quemadas y algunas cabezas enviadas al emir, anunciando la buena nueva de que el peligro había pasado.

Es curioso recordar que los pocos que escaparon con vida fueron finalmente apresados y obligados a convertirse al islam. Asentados en el valle junto al Guadalquivir se especializaron en la cría de ganado y en la producción de los derivados de la leche. Sus quesos fueron los más famosos de aquellos tiempos en la zona.
El año 859 Sevilla sufrió un nuevo ataque normando en el que se incendió la mezquita de Ibn ' Addabâs, actual iglesia de San Salvador y segunda más grande de Sevilla. La respuesta del emir fue dura y contundente pues en ese tiempo había mandado construir una flota con los mejores marinos del islan, capaz de repeler cualquier tipo de amenaza. Las crónicas cuentan que hizo llegar al jefe vikingo un juramento consistente en viajar con esa flota a tierras vikingas y arrasar sus tierras, en caso de derramarse una sola gota más de sangre andalusí.
El jefe vikingo tomó en serio el juramento del emir y no volvió a pisar Al-Andalus...

RAFAEL FABREGAT

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