5 de junio de 2012

0701- LOS HOMBRES DE BARRO.

En las culturas tradicionales el barro suele asociarse con la "tierra madre", la que nos da el alimento y la vida. Suele expresarse especialmente en rituales mortuorios por ser la tierra el lugar de reposo definitivo. Así como en África los colores rojo y ocre son signos de iniciación, para los amerindios estos colores son de madurez y origen de la humanidad y así lo expresan algunas tradiciones que se mantienen en determinadas islas caribeñas. Aunque no tiene mucho que ver con el título de la entrada, en la foto adjunta quieren recrearse ceremoniales alrededor del barro por parte de los pueblos prehispánicos y lo hacen, en este caso, en un desfile que se celebra en la Guayana Francesa y más concretamente en el Desfile de Kourou. Los "Hombres de barro" que posan para la foto son originarios de la isla de Martinica, una de las Antillas Menores habitada a la llegada de los españoles por el pueblo de Los Caribes.

Sin embargo las gentes que nos ocupan en esta entrada son otros y otra también la zona donde habitan. Los Hombres de Barro siguen vigentes a día de hoy y no habitan las tierras caribeñas, sino las montañas de Papúa Nueva Guinea. Se trata pues de los Asaro, una tribu legendaria que habita en las montañas del valle de Waghi nadie sabe desde cuando. Como es evidente ellos no están solo en estas tierras y su historia es que unos siglos atrás entraron en guerra con una tribu vecina. Al ser menos numerosos y no estar preparados para la guerra hubieron de jugar con las armas de la astucia y a tal fin decidieron fabricar unas máscaras de barro que asustaran al adversario.

Durante la noche previa al combate prepararon varias hogueras alrededor del campamento enemigo y al amanecer prendieron fuego a las verdes ramas, al tiempo que de entre aquella espesa humareda surgieron los guerreros Asaro con sus máscaras horrorosas y con todo su cuerpo impregnado de barro. Perfectamente armados con flechas y lanzas y gritando como posesos, despertaron a los adormilados enemigos que viendo aquellas aterradoras máscaras amenazantes huyeron despavoridos con sus familias al interior de la jungla. Desde entonces, cada año los Asaro celebran aquella incruenta victoria con una representación de aquellos hechos.

En Papúa ha llegado la modernidad, pero no de forma generalizada y los conflictos entre tribus están a la orden del día, disputas entre las que la policía del lugar no quiere meterse. Normalmente estos conflictos suelen arreglarse mediante la consiguiente compensación por parte del que ha ocasionado el daño pero, cuando el autor no da su brazo a torcer, pueden desatarse guerras tribales que son relativamente frecuentes. Sin embargo, aunque ya hay algunas armas de fuego parece ser que éstas tienen más bien un valor disuasorio ya que, cuando el conflicto se produce, los heridos siempre son de arma blanca y principalmente de flechas. Aunque cada día son más los curiosos que se acercan a conocer estas tribus, el camino no es fácil.

Los aeropuertos del interior carecen de vuelos regulares y solo alguna avioneta privada puede acercarte con puntualidad a un destino de estas características. El aeropuerto de Goroka, una ciudad de 19.000 habitantes y capital provincial, es poco más que una barraca de feria en la que, caso de llover, a duras penas pueden cobijarse media docena de pasajeros. No se necesita más pues ese es el número máximo de personas que llega cada día a este destino. Una de las curiosidades del lugar es que el aeropuerto está en la misma ciudad y ver aterrizar o despegar algún aparato desde la placita que hay en la cabecera de la pista es uno de los entretenimientos de los viejos del lugar. Aunque sea una ciudad relativamente grande, un breve paseo nos dice rápidamente que estamos en otro mundo, donde todo funciona a un ritmo más lento.  

Quién quiera adentrarse en las montañas de Papúa Nueva Guinea y conocer a las tribus que allí habitan, tendrá que contratar un buen guía y un vehículo 4x4 que le acerque lo más posible a esas tierras enclavadas en valles remotos donde la civilización no ha llegado todavía. Para llegar al Monte Hagen habrá que sortear pequeños asentamientos en los que algunos jóvenes de esas tribus milenarias se han establecido sin trabajo y sin dinero esperando encontrar la riqueza de los occidentales que les visitan. Son pueblos de paso que los occidentales, buscando la autenticidad, pasan de largo. Algunos kilómetros después de la última aldea y a través de una estrecha senda se llega al Valle de Waghi, donde habitan los también llamados hombres de lodo. El humo de algunas hogueras indican que la meta está cercana y pronto se vislumbra el poblado. 

Aunque ya están empezando a acostumbrarse a las visitas, la curiosidad atrae también a estas gentes y su presencia no se hace esperar. La batalla que los ha hecho famosos se llevó a cabo a principios del siglo XVI, poco antes de la llegada de los europeos a estas tierras, pero pasó hace ya mucho tiempo. Su estratagema de asustar al enemigo con las máscaras de barro y el griterío ensordecedor a través del humo de sus hogueras, dio los frutos esperados y los enemigos huyeron aterrorizados hacia la selva para no volver jamás. Una victoria que quedó unida a la historia de este pueblo de valientes guerreros para orgullo de sus descendientes y uno de los últimos pueblos que sigue sus costumbres ancestrales. 

El ritual étnico, con el que se recibe al visitante, ya es una especie de representación que agrada al occidental y que les proporciona pingües beneficios.
Tres hombres (espíritus) desnudos y con el cuerpo totalmente embadurnado de barro salen chillando del bosque, ante la sorpresa del visitante. En la replaza del poblado el jefe y dos mujeres tratan de sanar a un enfermo quemando unas ramas que no le dan alivio alguno. Los "espíritus" dan unas vueltas alrededor del enfermo chillando y haciendo gestos al cielo. El supuesto enfermo cura de sus males, tras lo cual los hombres de barro y el recién curado levantan al jefe en volandas y marchan todos contentos hacia el bosque, entre el griterío ensordecedor de la concurrencia, que da fin a la representación. ¡Ya nada es como antes...! 

EL ÚLTIMO CONDILL

No hay comentarios:

Publicar un comentario