12 de marzo de 2012

0627- GRANDES EVENTOS DEL CINE BENAVENTE.

REEDICIÓN.
Teatro-cine Benavente. Cabanes.
-A petición de los lectores, amplío anteriores entradas sobre los éxitos del cine-teatro Benavente de Cabanes.
Fue a finales de la década de 1.950 cuando "Víctor, el Cinero" decidió subir el precio de las entradas de cine. Con 1 peseta los niños y 3 pesetas los mayores el negocio apenas dejaba beneficios y anunció el nuevo precio de 2 pesetas para los niños y de 5 pesetas (1 duro) para los mayores, con entrada gratuita para los niños menores de 10 años cuando fueran acompañados. Sin embargo la escasez era mucha y la revolución, especialmente entre los jóvenes, no se hizo esperar. Tanto fue así que una asamblea de los jóvenes de aquellos tiempos decidió que no entrase nadie en el cine con los nuevos precios. Los piquetes se instalaron a las puertas de la sala impidiendo que nadie pudiera sacar sus entradas y el empresario hubo de suspender la proyección. 

Casa de Víctor el cinero.
Así sucedió el domingo siguiente y al tercero, sin que el empresario volviera a los precios anteriores ni tampoco los jóvenes cedieran en su actitud de impedir el acceso a la sala de quien aceptara el nuevo precio.
Víctor cerró definitivamente el local y no mucho tiempo después abandonó el pueblo cerrando la casa de su propiedad, en el número 4 de la plaza de la Iglesia, vivienda posteriormente adquirida por el Ayuntamiento de Cabanes y dedicada hoy a Oficina de Información Turística.
Claro que en aquellos tiempos el cine era casi el único espectáculo que había en los pueblos y el cierre no podía durar demasiado tiempo. 
Aunque hubo algunos osados que probaron abrir la sala de nuevo, nadie tuvo las agallas suficientes de actualizar precios y cerraron de inmediato por falta de beneficios. 
Por fin el vecino Laureano Boira, con tienda de ultramarinos en la calle de San Antonio, se hizo cargo de la explotación del Cine-teatro Benavente. 
El nuevo "cinero", que ya había demostrado su valía comercial en otros proyectos, abrió las puertas del teatro-cine Benavente presentando una de las películas más actuales y famosas del momento y al mismo precio que la juventud cabanense no quiso pagar a los empresarios anteriores. Los jóvenes justificaron su silencio ante la gran mejora de la nueva programación presentada. ¡No era listo ni nada el tal Laureano!.

El nuevo empresario sabía que más barato no podía trabajar y justificó la subida de precios con la gran calidad de las películas presentadas al público cabanense; con el invento añadido de que algunas de ellas eran cintas de larga duración que se proyectaban en dos domingos consecutivos y que garantizaban el aforo permanente.
Lo que el viento se llevó, Los Diez Mandamientos, Ben-Hur, Duelo al Sol, etc. se estrenaban en Cabanes al mismo tiempo que llegaban a la capital provincial y el tema del precio de las entradas pronto quedó en el olvido. 
El nuevo empresario era sagaz y pronto empezó a probar con los espectáculos de variedades, entonces de moda. 
No empezó con las primeras figuras, puesto que no sabía como respondería el personal, pero pronto se dio cuenta que el público no fallaba cuando le gustaba el espectáculo. 
Con artistas de primera fila y aunque las localidades tuvieron que ver elevado su precio, pocos meses después empezaron a desfilar por el escenario del Teatro Benavente de Cabanes los mejores artistas del momento.
Antonio Molina, Juanito Valderrama y Dolores Abril, Rafael Conde el Titi, Antonio Montoya, Conchita Piquer, Jorge Sepúlveda, Pepe Blanco y Carmen Morey, Antonio Machín, Juanita Reina, Lola Flores, Manolo Caracol, Estrellita Castro, Imperio Argentina y un largo etcétera. 

Todos ellos siempre acompañados con los mejores cómicos o magos del momento, las más guapas vedettes y grandes grupos de bailarinas. 
Todo era poco para aquella clientela entregada, que llenaba la sala del Teatro Benavente a rebosar, en cada uno de los espectáculos que llegaba a la localidad. 
Con una altura que no superaba los 1.70 m., los pequeños y escasos camerinos ubicados bajo las tablas del escenario, hervían de actividad. 
El trajín de los tramoyistas y figuras era de todo punto indescriptible en tan limitado lugar. 
Por unas puertecitas que daban al patio lateral, los artistas salían a fumarse un cigarrillo y a relajarse durante unos minutos, entre actuación y actuación.
Mientras las primeras figuras del espectáculo descansaban, el elenco de bailarinas y super-vedettes llenaba el escenario con su abundancia de muslos y su escasez de voz, en unos tiempos en los que ver un centímetro de piel joven estaba cotizado al máximo. 
A los pies del escenario los músicos desgranaban las notas de cancioncillas picantes mientras las bailarinas se metían insinuantes con aquellos solterones verdes y empedernidos (todo lo más granado de la localidad) que llenaban los palcos adosados a ambos lados del escenario amenazando subirse sobre el mismo, con las naturales risas del público asistente.

Los aplausos interminables encandilaban a los artistas que tenían a Cabanes como la mejor plaza de la comarca. 
Pronto el empresario Laureano Boira adquirió renombre y llegó a permitirse incluso regatear el precio de las funciones con los apoderados.
 Por su ubicación comarcal, Cabanes era una gran plaza cuyo éxito estaba asegurado de antemano y aquello era de interés para todos los afines al espectáculo de variedades y grandes artistas.
Ante un evento extraordinario o la proyección de una película de renombre las butacas, numeradas, se ponían a la venta con al menos una semana de anticipación y algunos vecinos de pueblos colindantes hacían sus reservas. 
En caso de interés por asistir al espectáculo no podía uno esperar a última hora, cuando ya quedaban las entradas peor situadas y hacer para conseguirlas colas interminables. 
De todas formas, el empresario solía vender más de un centenar de sillas adicionales que los acomodadores instalaban en los pasillos y que apenas permitían el acceso y la salida del local. Un verdadero peligro que entonces no se vigilaba como ahora. Quince minutos antes de iniciarse el espectáculo y ya con la sala a rebosar, Paulino recorría los minúsculos espacios sobrantes en busca del cliente de última hora, que pedía sus rosquilletas o la tan necesaria gaseosa con la que aplacar aquella sed infernal que el exagerado aforo provocaba.
                                                                                                                                                     
Este escenario actualmente oscuro y en ruinas, con paredes llenas de desconchados y hierros oxidados, fue conocedor de los más grandes espectáculos nunca vistos en Cabanes.
A una señal del director, los músicos desgranaban las primeras notas al tiempo que se apagaban las luces de la sala y eran conectadas las del escenario. 
Un foco de luz iluminaba el telón, todavía cerrado, donde el presentador saludaba agradeciendo al público su presencia y anunciaba a los artistas llegados desde Madrid o Barcelona para ese día. 
Para calentar el ambiente, el elenco de bailarinas actuaba en primer lugar, contoneándose ligeras de ropa y con voces atipladas que provocaban las sonrisas de la multitud. Tras ellas el cómico de rigor que, solo o acompañado de una vedette, se metía con los ocupantes de los palcos adyacentes al escenario. 

En alguna ocasión la vedette, provocadora, invitaba a alguno de aquellos enfervorizados espectadores a subirse al escenario y las risas del público de desataban. Después los grandes artistas arrancaban los aplausos más sonoros de la tarde-noche en una entrega profesional propia de los más grandes teatros.
De la mano del empresario Laureano Boira, Cabanes disfrutó de los mejores y más actuales espectáculos del momento. 
Sin embargo, una vez más, nada es para siempre y también aquella etapa acabó. 
Con la llegada de la televisión, acabaron los espectáculos y las proyecciones cinematográficas. También en las grandes ciudades se cerraron aquellas grandes salas y se abrieron otras más pequeñas en los polígonos industriales aledaños. 
Las personas de media edad en adelante, que hacían de estos espectáculos su cita dominical con familiares y amigos, finalizaron sus salidas quedándose frente al televisor. 
En los cines de hoy no tiene cabida esta clase de público y solo la gente joven accede a las salas actuales. Personalmente no estoy muy seguro de que esto sea comercialmente interesante, pero así es la vida de cambios constantes y en una sociedad donde el cliente de edad avanzada no tiene cabida.

RAFAEL FABREGAT

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