28 de febrero de 2012

0618- CRIA CUERVOS Y TE SACARÁN LOS OJOS.

Yo, ya lo he dicho en otras ocasiones, soy un sentimental. Un tonto, hablando claro. 
Sin embargo, con todos mis defectos, estoy orgulloso de ser como soy. 
A mi edad he visto ya tantas cosas y me he tropezado con tantos hijos de Satanás, que los míos me parecen defectos de juguete chino, es decir: falta de calidad por problema de materia prima, nada más. 
No se trata tampoco de hacerme pasar por Santo en nicho de iglesia ruinosa pero, en fin, intento no perjudicar a nadie en particular y por no discutir, soy incluso capaz de dejar perder mis derechos. Que los tontos también los tenemos, no vayan ustedes a creer... 
Tengo demasiado claro lo efímero de este mundo y, no faltándome de nada, miro con burla a quien se pega con otros por unas migajas. Será por eso porque, salvo una hija, nada me falta...

Cuando era joven ya era un idealista, bastante diferente a los jóvenes de mi entorno. 
Un tipo raro, que dicen ahora. 
Yo jamás le dí una torta a nadie, excepto a uno. 
Discusiones todas, pero riñas ninguna. 
Hasta que un día, sin más sal ni más aceite empezó uno a darme cachetes. 
Yo, sin esperármelo y cegado por el castigo, no sabía qué pasaba ni de donde venían los palos. Sin ver nada, cerré el puño y lo lancé al frente con todas mis fuerzas. 
El efecto fue contundente y, haciéndose la luz, vi tumbado en el suelo a uno de mis mejores amigos, sangrando por la nariz y llorando como un condenado a galeras. 
Jamás he vuelto a pegarle a nadie más. 
Para sacudir el polvo del enemigo no merece la pena ensuciarse. 
O le destrozas la cara o le dejas ir...

Esa fue siempre mi opinión, motivo por lo cual, deje marchar a quienes debería haber cortado la lengua. Las medias tintas no sirven más que para quemarte la sangre y, claro, si tienes que cortar tantas lenguas... 
Si hay infierno, allí nos veremos. 
Los sentimentales, justamente por serlo, sufrimos un poco más que los demás puesto que carecemos de válvula de escape. 
No hay reproches, ni medias palabras; para los que somos así no existe el color gris. 
Blanco o negro, nada más.

Los que están próximos a nosotros que elijan si quieren o no, ser nuestros compañeros de viaje. 
Los que son como yo nunca forzamos situaciones, es más, cuando estorbamos tenemos un sexto sentido que nos lo indica y nos apartamos rápida y discretamente. 
Hacerlo no es tan difícil puesto que, con quien no congenias, tampoco disfrutas. Y por mucho que se diga, también esto reza para los hijos, a los cuales no les gusta en absoluto que te presentes en su casa sin avisar, mientras ellos si pueden hacerlo y de hecho lo hacen. 
Ellos tienen su vida y sus planes, en los que los viejos pocas veces tenemos cabida. 
Por muy buena que sea nuestra relación con los hijos, al casarse o compartir su vida con alguien, cambia su vida y sus relaciones con los padres. Obligatoriamente formas parte de su vida pero en un lugar muy secundario, especialmente porque su nueva compañía nada tiene que ver contigo.

Nuestra generación no tuvo suerte... 
Nacimos dominados duramente por nuestros padres, sin disponer de una sola peseta y sin libertad de ningún tipo. (Cuando serás padre comerás huevos...)
Nos independizamos endeudados hasta las cejas y dominados por los bancos, a fin de optar a comodidades con las que nuestros padres jamás soñaron. 
Llegaron los hijos a la buena de Dios y sin programación alguna, mucho antes de que las deudas se saldaran. 
Educados en esa obligación moral, atendimos a nuestros viejos hasta el final de sus días, sin pedir nada a cambio. 
Siempre jadeantes, mucho antes de que los viejos marchasen al más allá, teníamos hijos lo suficiente crecidos como para empezar a prepararles para un futuro en el que nosotros nunca pudimos soñar.
Con las manos, como única hacienda, la vida siempre fue dura; una continua pendiente pero, en fin, caminamos como mejor pudimos con la meta puesta en el futuro de nuestros hijos. 
Lo triste -ojalá me equivoque- es que no confiamos tener compensación por ello.

Los frutos, a la vista están. Plantamos tres árboles y solo tenemos dos, puesto que uno (suele ocurrir) se secó. 
Todos los campos tuvieron el mismo laboreo, los mismos abonos y los mismos riegos. 
Las épocas no son siempre iguales, pero sí la voluntad de prepararlos para posteriormente recolectar los mejores frutos. Sin embargo hay árboles que, no se sabe por qué, se tuercen, se contaminan, se mueren. 
Agentes biológicos externos (oidio, pulgones, cochinillas, etc.) chupan su savia y/o la envenenan. Poco puedes hacer en estos casos. De todas formas, como ya he dicho antes, algunos no somos partidarios de forzar situación alguna. 
El amor jamás puede imponerse y las falsedades son justamente lo que más aborrecemos quienes tenemos este carácter. Sin embargo yo no doy la culpa a nadie; es la fatalidad, el destino de cada cual. Como la película de Carlos Saura, cría cuervos y... ¡Y después que sea lo que Dios quiera!.

RAFAEL FABREGAT

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