9 de noviembre de 2011

0538- PIRATAS, CORSARIOS, O DELINCUENTES.

Lo de los piratas es viejo, muy viejo y aún desgraciadamente actual puesto que sigue practicándose en algunos puntos de las costas africanas, tanto en el Atlántico como en el Índico, aunque más en este último. Antes y ahora, los piratas son ladrones que roban pertenencias ajenas y exigen rescates por los pasajeros apresados. Sin embargo las cosas han cambiado. Actualmente quienes practican el bandolerismo marítimo lo hacen por lucro personal o como fuente de ingresos que financie organizaciones paramilitares y sus prácticas terroristas. Los primeros podían tener un juicio más o menos justo, incluso sin haber una guerra declarada, mientras los segundos podían ser inmediatamente colgados del mástil o arrojados al mar.


Lo de siglos pasados era otra cosa bien distinta y bastante general. Tanto era así que, en uno u otro momento, la piratería (corsaria) fue llevada a cabo por multitud de países y hasta autoridades eclesiásticas.

El momento álgido de la piratería nació con el descubrimiento del Nuevo Mundo y con el consiguiente acarreo de esclavos y riquezas que recorrían las aguas del océano Atlántico. El contenido de aquellas naves era "oro en paño"; dinero contante y sonante al que era relativamente fácil echarle el guante. A la ida la carga de esclavos tenían un mercado asegurado y una conversión en metálico rápida y eficaz, pero las cargas hacía Europa aún eran mejores. Las mercancías del nuevo continente eran novedosas y caras, al tiempo que nunca faltaba una parte de carga en oro y otras valiosas riquezas. La piratería era negocio peligroso pero altamente rentable y aunque alguno de los barcos se perdiera, la restitución por los del enemigo era siempre rápida y favorable.

Aunque también practicaban la actividad piratas privados, con exclusivo afán de lucro personal, la mayor parte eran "Corsarios", marinos contratados por los diferentes países que mediante documento firmado por monarcas y hasta por dignidades eclesiásticas, eran autorizados a apresar las naves del enemigo y con ellas, a las gentes y bienes que transportaban, que repartían al 50%. Esta práctica deleznable, amparada por la rivalidad política, fue llevada a cabo principalmente por Franceses y Británicos si bien, en menor grado, la practicaron todos los países navegantes. La diferencia de llevar o no el documento o "patente de corso" era que, en el caso de ser apresado, el trato era el de ser tratado como soldado del ejército rival, o como un simple ladrón y asesino. 


Como es natural, la actividad de los piratas coincidía con las zonas de mayor actividad de tráfico de personas y mercancías y, aunque las primeras noticias sobre piratería datan del siglo V y en zonas del Golfo Pérsico o China Meridional, seguidas por greco-romanos y Vikingos principalmente, su mayor auge llegó con el descubrimiento de América por Colón y en aguas próximas al Caribe.

Es ahí donde países rezagados en el descubrimiento como Portugueses, Franceses y Británicos, decidieron participar de aquellas supuestas riquezas que en el nuevo continente se presumían. Por necesidad y comodidad, lo primero fue apoderarse de los barcos ajenos y de sus contenidos. Lo segundo fletar barcos militares con los que aprestarse a arrebatar los territorios ocupados por la España descubridora.
También por aquel entonces y hasta bien entrado el siglo XVII, los piratas turcos y berberiscos invadían con frecuencia las costas españolas.

Especialmente los segundos que, a modo de Guerra Santa, atacaban barcos cristianos culpables de su éxodo a tierras africanas. 
De África salían cada día tantos barcos corsarios que el mar Mediterráneo apenas se podía navegar sin inminente peligro de ataque pirata, al igual que sucedía en los pequeños pueblos de la costa española, en la que eran frecuentes sus desembarcos y saqueos con asesinato de la población a apresamiento de sus mujeres. 
Conocedores de la lengua, los propios andalusíes que años antes habían sido obligados a abandonar la península Ibérica, se convertían en expertos guías que dirigían los desembarcos berberiscos. 
Los cristianos no quedaban atrás y en el siglo XVI y en el XVII también fletaron naves corsarias que asaltaban naves musulmanas, así como algunas ciudades e islas africanas.

Sin embargo, los piratas berberiscos no solo persistieron, sino que no se contentaron con esto y, con los nuevos adelantos navales, llegaron a invadir todo el Atlántico norte e incluso llegaron a Islandia. Con la llegada del siglo XVIII la piratería llegó a su auge máximo y no desapareció hasta el siglo XIX cuando países de la Europa occidental y Norteamérica se unieron en campañas de castigo. La base pirata de Argel fue arrasada y gran parte de su flota fue destruida en 1.830 por las tropas francesas.

Actualmente, ya en pleno siglo XXI, los piratas somalíes apresan embarcaciones de recreo, barcos pesqueros y hasta grandes petroleros en una actividad basada en la petición de rescate a familias, compañías y países. La piratería y los piratas es algo viejo e interminable, aunque no todos son marinos... ¡En tierra también los hay...!

RAFAEL FABREGAT

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