9 de julio de 2011

0417- ECHARSE NOVIA EN TIEMPOS DE FRANCO.

Es muy común el pensar, al menos entre los jóvenes, que todas las cosas de la vida han sido siempre tal y como ellos las han conocido. Sin embargo esta opinión cambia con los años, al darse cuenta de que todo tiene una continua y permanente evolución, no siempre a mejor.

El noviazgo es una más de esas cosas en permanente cambio. Nada que ver lo que era echarse novia hace 50 años atrás, con lo que ocurre actualmente y para información de la juventud actual y recordatorio a los que la dejaron atrás hace ya mucho tiempo, voy a contarle a esta juventud de hoy como era lo de echarse novia en tiempos de Franco... No digamos ya en el caso de remontarnos a épocas del medievo en las que, transcurrido el tiempo de noviazgo (impuesto por los padres respectivos) y tras el banquete de boda, podía darse el caso de que alguien se metiera en tu cama para asegurarse de que hacías todo lo que tenías que hacer y de que lo hacías bien. 

A tal efecto, era también una eventualidad bastante frecuente que a la mañana siguiente tuvieras que dejar colgando las sábanas en la ventana de tu habitación, para que todo el pueblo constatara no solo que el "trabajo" había sido realizado, sino que la novia había superado su virginal abstinencia.

Después las cosas fueron modernizándose y uno podía elegir candidata a compañera vitalicia y recibir algún "adelanto" a cuenta. Lo de elegir nos lo hacían creer ellas, ya que la realidad es que ningún hombre elige mujer, puesto que siempre es la mujer la que elige al hombre.
Una vez dado el paso de la elección (más o menos simultánea) ella se apresuraba a cerrar a cal y canto la operación. Pero vayamos al grano... Los protagonistas de nuestra historia se llamaban Recesvinto y Brunilda pero, para hacerlo más fácil, los llamaremos Rafael y Montse.
- Tienes que hablar con mi padre Rafael -decía ella modosita.
- ¿De qué? -respondía uno haciéndose el despistado.
- ¿De que va a ser? -replicaba ella mosqueada- ¿No quieres que tu y yo empecemos a... (!!!) a salir juntos?.
- Mujer, pues claro. Yo te quiero, yo te... -aseguraba Rafael al tiempo que le volaban las manos.
- Para, para, para... De momento las manitas quietas. Primero tienes que hablar con mi padre -exigía ella aparentando ser un témpano polar, cuando en realidad era charquito en desierto abrasador.
- Vale, vale -respondía el novio, viendo como los planes se "desinflaban" sin remisión.

Indefectiblemente la cita, como todo en la vida, siempre la organizaban ellas.

- Padre, que hay un chico que quiere hablar con usted...
-decían ellas como quien no quiere la cosa.
- ¿Quien es y qué quiere? -decían ellos dándose importancia.
- ¡Padre! por favor... -alegaba la niña que quería ser mujer.
- José, ¡no te hagas el duro! -decía la madre apoyando a su retoña.
- Vale, vale... ¿cuando quiere venir? -decía el padre por decir algo.
- ¿Le parece bien esta misma noche? -respondía la hija presurosa.
- Cojones, un poco más y lo traes al mediodía... Qué prisas, ¡ya te hartarás ya...!
Y la hija, feliz como pez en el agua, empezaba a poner la comida en la mesa canturreando la última canción del Duo Dinámico.

Por la tarde, exultante de alegría y frenesí, Monsín comunicaba la nueva al chico de sus amores.

- Rafael, cariño, ¡el asunto es esta misma noche! -decía ella sumisa y satisfecha.
- ¿Cual asunto? -él manteniendo las distancias.
- ¡Rafael, por favor...!
- ¡Si mujer...! Era broma, esta noche voy. -la chica estaba como un queso y había que hacer el sacrificio que hiciera falta para llevársela al huerto.
Quieras que no, uno iba bastante acojonado y el asunto de agradable no tenía nada...
Con la puntualidad de un Omega de oro, a las nueve en punto Rafael se presentó en la casa de sus futuros suegros. Dispuesto al sacrificio, como cordero musulmán en matadero municipal, que sabe que tras el dolor de la muerte viene el premio celestial.
-¡Montse! -llamó él vergonzoso, casi indefenso, a la puerta de la casa.
Afortunadamente ella estaba esperando y salió presurosa a darle su apoyo incondicional.
- ¡Ah ¿eras tú?. (Coño, ¿quién había que ser?)
- Pasa, pasa... ¡Padre!. -risitas emocionadas de la fémina. 
- ¡Rafael ha llegado!. (Al matadero)

El señor José, con cara de perros, asomó por la puerta del salón, como el ogro del castillo de Lilipud, al tiempo que Montse marchaba hacia la cocina donde la esperaba su madre.

- Buenas, ¿qué pasa? -dijo el hombre, que tampoco se acordaba de por donde había que coger el toro.
Rafael azorado, no sabía qué responder. Tragó saliva y echando mano de un recurso entonces exclusivamente varonil, sacó el paquete de Celtas, dándole uno al padre del bombón. Tras darle fuego al futuro pariente y encender el suyo propio, el ánimo de Rafael ya estaba más calmado...
- Montse y yo nos queremos -soltó Rafael a bocajarro.
- ¡Ah!, ¿sí...? -el "ogro" no daba facilidades- ¿Y...?
- Ejem, hombre pues... que si a Ud. no le importa... ¡Saldríamos juntos!
-explotó Rafael ya más animado.
- ¡Yo vendría a buscarla aquí a su casa, iríamos al cine, iríamos a pasear con los amigos...! Cuando el chico empezaba a tomar confianza, la brasa del cigarrillo llegó a la boquilla. ¡Aquello sabía a alquitrán de carretera local bacheada...!

Sabiendo que el señor José era un fumador empedernido, Rafael sacó nuevamente el paquete de Celtas y le alargó otro cigarrillo al progenitor de su amada, que éste no rechazó.

José quería hacerse el duro y no daba facilidades. Callado como una tumba, lo dejaba todo en manos de Rafael, que ya no sabía que más decir.
En la cocina (ji, ji, ji) se oían unas risitas de complicidad entre madre e hija que, con las orejas pegadas a la puerta, no perdían detalle, mientras los hombres de la casa encendían su tercer cigarrillo.
- Pues eso señor José que yo, si a Ud. no le parece mal, vendría aquí algún día de la semana a charlar un ratito con su hija, o a buscarla para salir...
Por fin José hizo un esfuerzo...
- Vale, pues muy bien. Pero, a ver qué hacemos...¡Eh! Que la cabeza está para algo. ¿Está claro? -remachó José y acto seguido llamó a su hija.
- ¡Monsín!, que Rafael ya se marcha -dijo el hombre aguantando la risa.
- Padre que, si le parece bien, iremos a tomar una limonada y volvemos enseguida -dijo Montse, más espabilada que el hambre.
- Bueno, pero no volváis tarde -dijo el padre condescendiente.
- Hasta luego y gracias -se despidió Rafael hecho un manojo de nervios y viendo que apenas le quedaba tabaco en el paquete.

A la salida de la casa y aprovechando la poca luz que hacía el alumbrado público de entonces, Rafael ya le dió un achuchón a su flamante novia que todavía se resiente ahora, cincuenta años después. Es un decir, claro está...
Ahora ya nada es como antes...
- Padre, este es Manolo -espetan las hijas sin avisar de su llegada.
- Ah muy bien, ¿qué tal? -responde uno cortés.
- Muy bien gracias -dice el "dueño" de tu hija por decir algo.
- Madre, nos vamos -dice la hija sin más dilaciones.
- Adiós -respondemos los padres ya curados de espanto.
Y ahí acaban las presentaciones y las formalidades... y cuando se cansan de estar allá donde les da la gana, vuelven a casa o no vuelven. Nada es previsible, los nietos tampoco. Llegan, o no llegan. Y eso que a los cuatro días te dicen: 
- La semana que viene nos vamos de viaje... Y al volver nos ponemos a vivir juntos en una casita que hemos alquilado.
Y los padres... ¡Aguanta y a callar!.
Lo malo es que con esta misma rapidez, funciona todo lo demás... (Las separaciones también)

RAFAEL FABREGAT

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