3 de mayo de 2011

0347- EL PRECIO DE LA IGNORANCIA.

Parece mentira que a estas alturas de la película, con toda la información de que se dispone en el siglo XXI, la gente aún sea tan fanática de la política como otrora lo fue de la religión. Resulta chocante e infantil que aún haya gente que discuta con un amigo por semejante atajo de sinvergüenzas y no excluyo del saco a ninguno de los partidos que hay en el panorama nacional, sino que incluyo además a todos aquellos que puedan presentarse en el futuro. 
Nada les importa su país, ni su comunidad, ni su pueblo, ni sus gentes. Ellos van a lo suyo, a la defensa de sus intereses y a medrar en lo posible, sin importarles cuantas cabezas haya que pisar en tan vergonzoso viaje. ¡Los más burros que empujen la noria!. En época de elecciones, tiempo de cordiales saludos de todos cuantos aspiran al cargo. Momentos en los que el más mínimo contratiempo que puedas sufrir merece su falso interés y palabras de ánimo.

Mientras tanto el populacho, ¡helo ahí!, a cientos, a miles; a toque de corneta acuden a manifestaciones de las que nadie sabe que se pretende conseguir. La multitud se enfervoriza por la presión del conjunto. No importan las razones que allí te lleven, ni quien sea el culpable de tu infortunio, ni cuales sean las metas a las que aspiras. Como de costumbre, va Vicente donde va la gente. 
Los políticos, siempre interesados, arengan al pueblo que grita las consignas que le proponen. Nadie sabe a ciencia cierta en que consisten; cual es la idea de fondo y cuales las realidades de quienes dicen representarlas. "Haced lo que yo digo, pero no lo que yo hago". Cuando uno es joven, cabe el idealismo derivado de doctrinas que poco tienen que ver con la realidad. Es la vida la que te abre los ojos a la falsedad. El desinterés no tiene cabida en la política. 
Nadie hace nada por nada y a lo máximo que podemos aspirar es a encontrar un político narcicista. Es lo menos malo. 

Ser narcisista es lo único que no perjudica económicamente a nadie y, para mayor gloria, siempre con la aspiración de hacer las cosas mejor que nadie... Lo que siempre redunda en el interés general.
Ahora todos prometen resultados positivos, ante un hecho negativo que nadie dice haber provocado. Solo aquel que ha hecho el mal puede arreglarlo. Pero ¡ay amigos! quienes han provocado el problema no están metidos en la política de los políticos. 
Esos vuelan más alto todavía y para ellos los políticos son niños de parvulario. Esos son los que determinan lo llano o pedregoso que puede ser el camino de nuestra vida. Y que nadie dude que si lo allanan nunca será por nuestro interés, sino por su propio provecho. Así es la vida y así son las cosas, pero esto ya poco tiene que ver con los políticos.
Como he dicho anteriormente esto ya son niveles superiores, en los que los políticos entran y salen del escenario cual marionetas que se mueven al son que los directores de la comedia señalan. Hasta las propias guerras se organizan en ese escenario en el que las altas esferas se mueven. 

Una guerra no se provoca por cualquier tontería, ¡siempre hay detrás un interés político y económico!. 
También esa lacra, que tantas vidas cuesta a la humanidad, se mueve a toque de trompeta y a golpes de batuta y talonario.
Y mientras tanto la plebe, creyéndose dueña del mundo, sale a la calle pensando que de su presencia depende su futuro y el de los demás. ¡Pobres ignorantes!. Menudas carcajadas provocamos en las altas esferas...
Ni su presencia, ni tan siquiera la de quienes han convocado la supuesta manifestación, tienen el más mínimo peso en el desarrollo de los acontecimientos. Para quienes realmente manejan el cotarro, todos somos simples hormigas (los convocantes también), abejas que producen a voluntad del apicultor y cuyos zánganos son eliminados en el momento que convenga. Para estos directores de orquesta, poco importa que los músicos se quejen de su bajo caché. O tocan o son apartados a las profundidades del abismo, mientras miles de voluntarios esperan para ocupar la plaza vacante. 

Así somos de insignificantes y así son de mezquinos quienes nos dirigen, chupópteros que se llaman a sí mismos protectores de la humanidad y del mundo. No hay que ser un lince para ver que no hacen otra cosa más que protegerse a ellos mismos y a sus intereses.
Ante tales aseveraciones, ¿merece la pena dejar de saludar a un vecino, que mañana te puede salvar la vida, porque no comulga con tus ruedas de molino...?. No merece tu resentimiento, pues también las suyas son ruedas de molino similar.
Ahora, ya sin posibilidad de esconder por más tiempo la realidad, ha salido a la luz que la cifra real de parados está en los 5.000.000 de personas. Nada menos que el 21%. Una cifra a la que resulta imposible hacer frente sin socavar los intereses generales del país, hipotecado hasta lo inimaginable, a fin de evitar la inanición de algunas familias. Muchos ven en esta ayuda social la salvación, la comida de sus hijos, pero no todo es harina del mismo costal. 
En esta desfavorable situación, todavía hay negocios para los que resulta difícil encontrar operarios, porque son trabajos en los que hay que trabajar...

Además, para más vergüenza nacional, un millón de trabajadores faltan diariamente a su trabajo, alegando bajas por un problema de salud que no existe. Otros desprecian trabajos que se les ofrecen porque vivir sin trabajar les resulta más agradable, mientras esperan que el gobierno les solucione problemas futuros. La respuesta de este colectivo frente a una oferta de trabajo es la siguiente:
- De momento estoy al paro. Después ya veremos...
Ya no se trata de la posible credibilidad de un gobierno, en el que ni ellos mismos creen. Salvo que se tomen medidas durísimas, el problema persistirá durante largo tiempo, pero no por la dureza de la tormenta, sino por la debilidad del barco. Solo con el trabajo puede finalizar el problema. Mientras los zánganos asalariados se rían del honrado y fiel trabajador, larga y difícil será la salida de la crisis y más difícil aún que el barco vuelva a navegar con seguridad...

RAFAEL FABREGAT

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