13 de julio de 2010

0113- EL AMOR DE UNA MADRASTRA.

El refranero popular, siempre sabio en todo cuanto dice, tiene dedicado uno de ellos al tema que nos ocupa.
"Madrastra, con el nombre basta".
Sin embargo hay excepciones que rompen la regla. Las estadísticas están para romperlas y yo, que he sido criado por madrastra, quiero romperla a su favor.
Para mayor credibilidad debo decir que no lo tuve tan fácil como hubiera sido posible, puesto que mi carácter nada tenía que ver con el de mi madrastra, a la que en adelante llamaré tía, por facilidad del lenguaje y porque así me enseñaron a llamarla desde el primer día que la conocí.
Nacido yo el 17 de Enero de 1.949, mi llegada a este mundo fue todo un acontecimiento para mis padres.
Mi padre (Herminio) tenía en ese momento 41 años y mi madre (Buensuceso) 43.
Tras muchos embarazos frustrados, hacía ya mucho tiempo que habían descartado la posibilidad de tener descendencia pero, en fin, la naturaleza manda y allí aparecí yo para alegría de mis padres y, según ellos me contaron años después, para pesar de algunos familiares que ya habían hecho planes hereditarios, a pesar de lo poco que había para repartir.
La cuestión es que malas caras y frases inconvenientes obligaron a finalizar la relación de mis padres con alguno de sus respectivos hermanos. Mi padre estaba exultante de alegría, padre a los 41 años y además niño; un posible seguidor para la industria escobera familiar.

Mi madre inmensamente feliz con aquel niñito que colmaba todas sus aspiraciones. Pero... ¡Ay! que poco le duró a la pobre la felicidad. Al año siguiente empezó a tener problemas de salud, en principio menores pero que prontamente fueron en aumento. Mi padre no regateó esfuerzos y efectuaron visitas aquí y allá, a cuantos médicos les indicaron pero el diagnóstico no daba lugar a la esperanza.
Mi madre, aunque todavía incipiente, tenía cáncer de esófago.
Ante la falta de soluciones médicas, empezó la peregrinación por los curanderos comarcales siendo el último y uno de los más famosos, de la Serra d'Engarcerán. Este señor cogió aparte a mi padre y le dijo:
- No gastes ni una peseta més, la teva dona no te curació.
Mi padre hizo caso omiso a las indicaciones de este buen hombre y siguió buscando soluciones donde no las había. La última esperanza, según uno de los más adelantados médicos visitados en Valencia, era extirparle el tumor y la zona afectada esperando, sino eliminar el problema, sí retrasar su evolución.

El día 6 de Mayo de 1.951, cuando aquel niñito contaba dos años y tres meses de edad, mi madre entró ya muy débil en un quirófano valenciano del que no saldría viva.
Yo quedaba sin madre y mi padre destrozado moral y económicamente, por las muchas deudas contraídas en busca de una solución inexistente. Sin recursos y gracias a las gestiones de una familia valenciana que conocían, mi madre fue enterrada en el Cementerio valenciano de Campanar. Sin embargo la vida sigue y mi padre, aconsejado por gente que le quería de verdad, decidió prontamente rehacer su vida sentimental en busca de apoyo moral y, sobre todo, de la ayuda necesaria para criar aquel pequeño niño.
La encontró en una buena mujer, viuda como él, que no tenía otros "vicios" que ser extremadamente trabajadora y ahorrativa.
Se casaron a finales de aquel mismo año, tras brutales críticas familiares a Herminio por la prontitud del enlace, que las familias tachaban de humillante para la memoria de su primera esposa. Yo, el hijo, no lo veo así.

Mi padre no actuó de forma humillante con su primera esposa, sino de forma egoísta con la segunda y así se lo recordó ésta años después, con toda la razón del mundo.
Mi padre, totalmente arruinado, encontró en aquel segundo matrimonio no solo a la esposa que necesitaba, sino madre para su hijo y dinero para saldar las deudas contraídas, puesto que mi tía tenía algunos ahorros. Mi tía (Pilar) fue para mi padre eso y mucho más.
Al fallecer mi madre su hermana Ángeles y marido Federico, sin hijos y que vivían en las Alquerías del Niño Perdido (Burriana) se brindaron a cuidarme en tiempo indeterminado para que mi padre pudiera trabajar y rehacer su maltrecha economía. Allí estuve con ellos hasta finales de año cuando, tras la boda con Pilar, vinieron ambos a recogerme. Es extraño pero, sin haber cumplido aún los 3 años, recuerdo su llegada y que me trajeron un paquete de rosquilletas. Nada más salvo que mi tía quería cogerme en brazos y yo, primera vez que la veía, lloraba negándome.
Durante algunos años, cada verano pasaba no menos de un mes en Burriana con mis tíos, por amor y agradecimiento a su generosidad.
Mi padre y mi tía bajaban a recogerme a final del verano, siempre cargados de comida, vino y aceite para mis tíos, en agradecimiento a sus desvelos para conmigo.
Ellos, ante la imposibilidad de tener hijos propios, unos años antes habían acogido a uno de los hijos (Pascualín) de una familia extremadamente pobre y muy numerosa de Villareal y con él coincidí los últimos años de estancia veraniega con mis tíos.

Ya en edad adolescente e incluso hasta mi total independencia matrimonial, nunca me llevé bien con mi tía. Pero esto no quiere decir nada al respecto de su generosidad como madrastra. Se trataba simplemente de las grades diferencias de carácter que había entre nosotros, nada más.
Mi tía, desde el primer día que entró en mi vida, se quitó la comida de su boca para dárnosla a mí y a mi padre.
La problemática era su fuerte carácter y lo extremado de su capacidad de ahorro, rozando la usura. Se comía tortilla cuando las cuatro gallinas que teníamos ponían, pero en invierno, que éstas dejaban de poner huevos durante tres o cuatro meses, en mi casa no se compraba ninguno. Bien es cierto que el primer huevo era para mí, pero ese comportamiento tan extremo no me gustaba. Tampoco a mi padre, pero éste callaba puesto que si algo decía sobre el particular, mi tía sacaba rápidamente los trapos sucios de antaño, o sea, las deudas de la operación de mi madre, que ella ayudó a liquidar. Como ya conté hace pocos días, cuando hice mi primera comunión llevé uno de los mejores vestidos de la localidad y tuve otro de repuesto que superaba con creces al único que los otros niños tenían. Mi tía era así. No comía por no gastar pero cuando hacía una cosa quería ser la mejor.

Para casarme se ofreció a comprarnos casa al 50% con sus consuegros, pero después todo eran maldiciones por el mucho gasto realizado, pues al final no fue una casa sino un solar de más de 300 m2. No podía hacer otra cosa, ella era así. Iba medio desnuda cuando sus armarios estaban repletos de ropa.
Yo erre que erre chocaba diariamente con ella y la relación no era nada buena. Sin embargo me consta lo mucho que ella me quería, se trataba simplemente de que hubiera querido que fuera como ella, pero eso no podía ser... Bien orgullosa estuvo después, cuando vio que he trabajado como un mulo y he sabido labrarme un porvenir, para mí y para mi familia.
Cuando vio mi casa terminada por primera vez, al marchar dijo algo que en aquel instante no supimos interpretar.
- Ací falte algo -dijo entre dientes, aunque en voz audible.

Mi mujer (Montse) y yo, conociendo lo difícil de acertar sus gustos, no dimos mayor importancia al comentario.
Unos días después por la noche, casi hora de cenar, llamó al timbre "Vicentico el Rellotger".
- Qui es? -preguntó mi mujer por el telefonillo.
- Soc Vicentico, vos porte una comanda -respondió.
- Puja, puja -respondimos abriendo la puerta con el pulsador.
- Ací teniu, és un regal de la teva tía Pilar -comentó al tiempo que entre él y su mujer subían las escaleras con una caja enorme con la que peleaban con dificultad.
Eché una mano y la entramos al recibidor con grandes fatigas.
Vicente empezó a desenvolver la caja, puesto que el contenido precisaba de un pequeño montaje y vimos con asombro el regalo que no era otra cosa que un formidable reloj Radiant de pie de unos dos metros de altura valorado, según nos dijo Vicente más tarde, en más de 80.000 Ptas. una verdadera fortuna entonces.

Esas eran las cosas de mi tía, aquella misma que vestía con harapos y que solo comía mendrugos y poco más.
- Gota a gota es fà la bassa -decía ella. Y yo le respondía...
- No tía, gota a gota només es pot fer toll, per fer bassa cal que l'aigua entre xorro a xorro.
Me crió a mí y crió a mis hijas como nietas de sangre propia, comprándoles cuanto pedían y dándoles de comer lo que ella no comía. Cuando hacía el pan para la casa, solía hacer también cocas variadas. Pues bien, ella se comía "la barana" y nos daba a los demás la zona central. Así era ella, tenía esa forma de ser y con ella se fue de este mundo, bajo mis cuidados y con el agradecimiento de quien sabía que solo pensaba en el bienestar de los demás. Sirva esta entrada como recuerdo y agradecimiento por sus desvelos.
Somos lo que somos, no lo que queremos ser...

RAFAEL FABREGAT

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