19 de mayo de 2010

0079- CABANES Y EL "COTXE DE LÍNEA" DE LA RIBERA.

Todos conocen el actual autobús de Cabanes-La Ribera-Oropesa, pero hay que tener cumplidos 60 años para saber lo que era el "Cotxe de Línea de la Ribera", su funcionamiento y las prestaciones que desempeñaba a diario unas décadas atrás.
Especialmente en las de los 50 y 60 del pasado siglo XX, cuando ya la economía empezaba a salir del profundo pozo de la posguerra española, el "Cotxe de Línea de la Ribera" era en Cabanes pieza fundamental para ricos y pobres. Todavía en ausencia, prácticamente total, de coches y tractores que llevaran a los campos costeros a dueños de las fincas y trabajadores, "el Cotxe de Línea" era imprescindible para hacer llegar rápidamente la mano de obra. Trabajándose todavía la tierra con mulos y arado manual, dueño o encargado empezaban el viaje de 12 Km. hacia las cinco de la mañana con los carros y "matxo" del ronzal.

Mujeres y empleados lo hacían a las siete y media, que era la hora en la que el citado Cotxe de Línea salía del "Garatxe", ubicado en lo que actualmente es Cajamar y que venía a llegar a su destino más o menos al mismo tiempo que los carros.
Aprovecho el momento para recordar a la juventud, que pueda desconocer el asunto, que al construirse el edificio de la Cooperativa y Caja Rural, la familia Cuevas (Autos Mediterráneo) pusieron como condición para el desalojo del Garage de la compañía, que dicho edificio siguiera albergando la Parada Oficial motivo por el cual, aunque sea de forma testimonial, sigue habiendo un banco para los posibles viajeros que puedan "esperar" a los autobuses de San Mateo, Morella y Tortosa que la mayoría ya no tienen parada en esa plaza.
Aparte del tradicional cultivo del naranjo, mayormente instalado en fincas de gente pudiente, era común y más habitual entre la gente humilde la viña de moscatel o almendros y algarrobos que, en un deseo de aprovechar al máximo las escasas tierras de labor disponibles, se veían doblados por algunos surcos de guisantes entonces una siembra muy popular. Todo manual, la mano de obra empleada para sacar adelante el cultivo y su recolección era tan masiva que, especialmente en las fechas de recolección, se hacía imprescindible reforzar la Línea con otro autobús más.

Por la tarde, a su salida del "Garatge" que había en el propio Empalme de la Ribera, el autobús ya iba casi completo y quedaban pendientes de recoger las personas que esperaban en las paradas de "El Pintxo", "Revolta de Montoliu" y "Camí del Borseral" en las que esperaban al menos ocho o diez personas más por parada, siendo frecuente que también en el "Plà de Perol" esperaran algunos más. Los autobuses repletos hasta los topes, el pasillo central repleto de gente de pie y con más de una docena de personas instaladas en la baca del vehículo, colgado alguno en la escalera de acceso al techo, iniciaba la marcha hacia el pueblo en un viaje que actualmente apenas si es posible ver en los documentales de los países más subdesarrollados. España también lo era en ese momento por diversas causas, especialmente por haber salido recientemente de una Guerra Civil que de todos es sabido es la más dura de las guerras, así como del bloqueo internacional a que la dictadura de Franco fue sometida por parte de los países europeos.

Creo que no es difícil imaginar, para la juventud que no ha conocido esta realidad, un autobús antiquísimo con los asientos ocupados por gente mayor, muchos de ellos con niños en el regazo, el pasillo a rebosar como sardinas en lata y el techo del vehículo o baca, completo hasta los topes con hombres y sacos con las herramientas y algún puñado de patatas, naranjas, etc. para la casa. En la cuesta, con tantos pasajeros y la dificultad de adelantar, con solo cuatro coches que había en el pueblo ya había retenciones. Eso sin contar la posibilidad de incluir la compañía de algún perro que, aunque no autorizado a subir, siempre era camuflado por su dueño, aumentando la carga. Las 25/30 plazas se veían diariamente convertidas en 50/60, para alegría de los dueños de los autobuses, la cabanense familia Cuevas, que se frotaba las manos viendo la recaudación. 

No tanto cuando el vehículo rompía una rueda o se salía de la estrecha calzada de tierra al intentar apartarse de algún otro vehículo, mayormente carros, o al querer esquivar alguno de los muchos baches que permanentemente había, a pesar del esfuerzo que el suegro de "Pepe el Valent", peón-caminero oficial de esta carretera, le dedicaba todos los días del año. 
Hacia los años 60 ya se asfaltó pero de forma bastante rudimentaria, por lo que prontamente los baches volvieron esta vez más duros si cabe y de solución imposible para el peón, que se limitaba a limpiar las cunetas. Evitarlos se hacía tarea imposible para el sufrido conductor "el tío Adolfo", suegro de Carmen y abuelo por tanto de "Adolfo" y de "Migue", a pesar de ser todo un veterano en estas lides. La única solución era la fuerza de los mismos pasajeros o esperar que otro vehículo de la compañía sacara al anterior del atolladero, lo cual podía retrasarse dos o tres horas en una época sin móviles. Aquellos vehículos, de 40/50 cv de potencia y con una suspensión no preparada para tan excesiva carga, subía las empinadas cuestas a menos de 20 Km./hora, bramando el motor que apenas podía con los pasajeros y en medio de una humareda que hacía presagiar la rotura del motor o de cualquiera de sus piezas.

Los cristales de las ventanillas, todas bajadas aún en medio del más crudo invierno, no impedían que los usuarios sudaran la gota gorda en aquellos desplazamientos, a excepción de los que iban sobre el techo del vehículo que tenían garantizado el incurable resfriado durante todo el invierno. Los 12 Km. se hacían largos por la incomodidad del viaje que era, además, final de una jornada siempre dura pero, aún así, significaba para los sufridos pasajeros una especie de fiesta; por la consiguiente tertulia y especialmente porque subir en el autobús implicaba el abandono del trabajo una hora antes de lo que era habitual. Por aquel entonces la jornada, en verano, solía ser hasta las seis o siete de la tarde pero, saliendo el "Cotxe" desde el garage a las seis, había que parar el trabajo a las cinco y media como mucho, a fin de poder llegar a su parada más próxima. 

En el autobús, si la asfixia lo permitía, la tertulia derivaba sobre el trabajo realizado, la cosecha y los precios que la acompañaban, cuando no del tiempo o de la política, esto último mirando siempre quien había cerca a fin de no llamar la atención de viajeros del bando contrario. Así eran las cosas entonces. Trabajo no faltaba y tampoco el pan en aquellos tiempos, pero apenas podía ahorrarse una sola peseta y se comía lo que el campo ofrecía según la temporada. En la tienda de ultramarinos la caja era escasa pues las compras eran las mínimas imprescindibles; unas sardinas (de bota o en aceite), unas "gañas" o recortes de bacalao o un trozo de tocino (seco o fresco para poner en las brasas) era lo que normalmente se comía los días de campo, que eran prácticamente todos. Por la noche, un puñado de arroz caldoso, sin carne, unas gachas o unas patatas hervidas con verdura eran el primero y único plato. Fruta cuando la tenías de tu propia cosecha. Si te quejabas...
¡Mai menos! -era la respuesta de los mayores.

RAFAEL FABREGAT

2 comentarios:

  1. Me ha gustado mucho la entrada y su velo irónico

    ResponderEliminar
    Respuestas
    1. Gracias amigo. Los viejos, ya se sabe, recordando que es gerundio. Saludos.

      Eliminar