7 de abril de 2010

0055- MEJOR CABEZA DE RATON, QUE COLA DE LEON.

¡Ya sé!..., ya sé que el refrán no es así, pero allá cada cual con su criterio. El mío, ante la imposibilidad económica y académica de ser león, ni siquiera de la cola, es que prefiero ser cabeza de ratón. No es gran cosa, lo sé, pero es cabeza y desde mi punto de vista la cabeza lo es todo.
De todas formas que tengas cabeza no significa que estés a salvo de nada; aún teniendo cabeza, puedes tropezar con un cabrón sin escrúpulos que te amargue la existencia. Para que ello no sea así voy a dar dos consejos:
1º).- No tener relación alguna con cabrones y
2º).- No acceder a cargo público de ninguna índole.
Las dos cosas son peligrosísimas y si hay que lidiar con ellas hay que estar muy bien preparado; tanto para evitar a los elementos del punto primero, como para evitar las envidias que el segundo conlleva. Si no estás preparado, mejor en tu casa.
Ahora voy a intentar explicar el por qué de mi opinión sobre la preferencia de ser cabeza de ratón y no cola de león... Todos sabéis que el refrán es al revés puesto que la opinión general es que vale más medio plato de chuletas que dos de sémola. 

Hasta ahí estaríamos todos de acuerdo pero ese no es el caso porque no vamos a hablar de comida, sino de la forma de vivir una vida y de la forma de ganársela.
A mi las colas no me han gustado nunca, de ninguna clase.
Con decir que fui a la EXPO de Sevilla y solo vi media docena de stands por no hacer cola, no quiero decir más. Que no fui nunca a las Fallas de Valencia, a pesar de atraerme, por no sufrir las aglomeraciones propias de esta fiesta, también. Y que apenas hace dos semanas, después de programar un viaje cuyo "centro de operaciones" era Sevilla, lo abandoné porque me enteré de que en las fechas previstas era época de la Feria de Abril, ya está dicho todo. Me gusta verlo todo sí, pero sin aglomeraciones y mucho menos sin colas. De hecho ni siquiera suelo ser yo quien va a sacar las entradas cuando hay que hacerlo.
En cuanto a otro tipo de colas tampoco. No me gusta ni el rabo de toro, que todos dicen que es tan exquisito.
Pero en fin, es otra cosa la que he venido a decir... lo que ocurre es que es tan simple, tan sencilla y fácil de sintetizar que hubiéramos acabado en media docena de líneas y claro, tampoco es eso ya que una vez ponerme a escribir... ¡al menos un folio, que suele ser el mínimo habitual!

Mi predilección por ser cabeza de ratón se basa en que, ante la pobreza de mi cuna y no teniendo estudios salvo los Primarios de la década de los 50-60 que solo consistían en cantar los himnos franquistas y rezar, no cabe pretender oficio alguno destacable. Tras muchas cavilaciones, puesto que no era en absoluto de mi agrado, opté por continuar el oficio familiar...
Yo también tuve mis dudas. Desde muy pequeño parecía tener claro que hacer escobas era lo último que yo quería para cuando fuera mayor. Oficio de pobres, oí decir siempre a mis padres. Polvo en el ambiente, algún que otro pinchazo y jornal irrisorio que solo permitía comer y poco más. Mis padres se construyeron su casa bien cumplidos los sesenta años, con eso está dicho todo.
En un intento de escapar a las garras del oficio paterno lo probé todo y estudié un poco... Saqué el título de Técnico en ventas y el de Experto en Mercados; chapurreé Francés, Pintura y decoración, Jardinería, Distribuidor de azulejos y hasta Cartero. Nada me satisfizo y ya con novia formal empecé a meditar con seriedad la posibilidad de seguir el oficio de mi padre. Era el camino más fácil y podía ser el más rentable, si lo hacía bien. El reto, bastante difícil, era convertir en negocio un oficio obsoleto.

Empecé haciendo lo que antes había hecho mi padre lo cual, si quería cambiar la dirección del negocio, no era el camino más adecuado. Pero para llegar a eso había que esperar.
Como era bastante común en aquellos tiempos me casé con una mano delante y otra detrás y la primera medida era garantizar la comida diaria.
Fabricar escobas y trabajar las escasas tierras fue el comienzo. Cierto es que transformé todo y que las tierras, de nula rentabilidad hasta entonces, pasaron a ser productivas pero pronto me dí cuenta que ese no era el camino correcto. El negocio tenía mejores márgenes comerciales y yo, al igual que antes había hecho mi padre, estaba desperdiciando el tiempo. A todo esto habían pasado diez años y mis necesidades iniciales estaban cubiertas. Era el momento de despegar.
Era el momento de dominar al león. No estoy engañándome a mí mismo al escribir de esta manera, ni quiero que nadie me tache de pretencioso. Ya sé que el oficio de escobero, el último eslabón de la cadena industrial, no es un jet-set de propulsión a chorro, como sé también que cualquier persona que no sabe hacer otra cosa que trabajar difícilmente puede aspirar a ser nadie pero, para mi modesta forma de ver la vida y el mundo, el solo hecho de escalar un simple peldaño de la escalera de la vida ya era un logro del que sentirse orgulloso.

Tenía clientes y demanda para ampliar mi producción y lo hice. Tenía demanda de otros artículos ajenos a mi fabricación y me convertí en distribuidor de los mismos. En poco más de dos años llené de material mi almacén y otros cuatro más. A todo esto el Polígono Pont ya estaba en marcha y adquirí una parcela, que fue la segunda en construirse de forma particular. El resto está a la vista. No estamos atravesando el mejor momento de la historia, pero este momento pasará y llegará otro y después otro más. Yo ya estoy viejo y ahora son otros quienes pasan los quebraderos de cabeza. Así es la vida.
A mí la violencia no me gusta y aunque no soy la Inmaculada Concepción, me arrepiento de poquitas cosas. Solo de haber sido un imbécil en un par de ocasiones. Nada más. Las pocas cosas desagradables que me han sucedido en la vida, si volviera a nacer no me pasarían. Otras quizás... porque el tonto, tonto es aunque mil años viva pero ¡el gato escaldado, con agua tibia tiene bastante! Y a mí me tiraron una buena cacerola... y muy caliente además!
Precaución, sobre todo, ante aquellos que siempre tienen la olla hirviendo en el fuego. Como ya dije en otra ocasión los cabrones son pocos, ¡pero muy cabrones!

RAFAEL FABREGAT

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