16 de septiembre de 2009

0004- EL CONFESIONARIO

En cura está repasando su breviario cuando de pronto...
- Ave María Purísima...
- Sin pecado concebida.
- Padre... decirle en primer lugar que, en los más de sesenta años que tengo cumplidos, esta es la primera vez que me confieso..., informáticamente hablando, claro.
- ¡Ay, Ay, Ay! -responde el mossén moviendo significadamente la mano, en señal de reproche y como dando a entender que uno merece un par de cachetes , o incluso un tirón de orejas.
- Padre... ¡Me acuso de ser autónomo!
- Pero...! ¿Qué burla es ésta?
- Perdone padre... Quiero decir, que me acuso de haber sido toda mi vida autosuficiente; de no haber necesitado nunca a los demás, fomentando con esta actitud la indiferencia, tanto a nivel de amigos, como de vecinos e incluso familiares.
Y debo añadir, que no ha sido una actitud pasota por mi parte, si no premeditada. Forma parte de mi carácter el ser independiente, aún a conciencia de que esa libertad, para mí tan importante, lleva al aislamiento. ¡Todo no se puede tener en la vida! Tengo claro que no necesitar de los demás es aislarse y supongo que... vivir aislado no puede ser sinónimo de felicidad.

El mossén está un poco perplejo y aturdido por la primera andanada recibida. Duda unos instantes y al final replica:
- Pues sí hijo, sí... Cada vez nos cerramos más en nosotros mismos y ese no es el camino! Aunque debo decirte, para tu tranquilidad, que en este mundo nadie es feliz y tampoco esos que tienen una vida social más activa y que tú crees que lo son. ¿Quién se escapa de que le critiquen cuando se vuelve de espaldas?
Unos años atrás, las aspiraciones eran más sencillas y fáciles de conseguir, era una vida más relajada y casi todos íbamos en el mismo barco. Han quedado en el olvido algunos gestos amables, que antes eran habituales... la carrera es tan dura que no hay tiempo que perder. Esa felicidad que tanto anhelamos, es difícil de encontrar en la relación con los demás, debido al momento tan competitivo en el que se encuentra inmersa la sociedad, en una lucha contínua por acceder a metas antes impensables.

- Pero... ¿qué dice, padre? Los tiempos de los eremitas han pasado hace mucho... ¿Me está Ud. insinuando, que la felicidad hay que buscarla justamente en la soledad?
- No es eso, hijo... ¡no es eso! Lo que trato de explicarte es que, aunque una buena dosis de felicidad pueda encontrarse en la relación con los demás, no tiene el porque ser el único camino. Lo primordial es la buena conciencia... creer firmemente que uno ha hecho lo que creía justo, independientemente del resultado. También se encuentra en la libertad de soñar y la posibilidad de convertir nuestros sueños en realidad. Y, naturalmente, en el amor; amar y ser amado es fundamental. La suma de todo ello y sobre todo una buena salud (sin salud no hay nada) son los ingredientes necesarios para acercarnos a esa llamada felicidad.
- Yo padre, no es que sea un ogro. Si me apura, le diré incluso que creo ser buena persona puesto que jamás he hecho, conscientemente, mal a nadie. Le diré también que mi trato con los demás es (intenta ser) cordial, pero un fondo de timidez me impide una relación fluída, solo posible cuando estoy con personas de mi entorno más cercano, con las que tengo una mayor confianza... y, algunas veces, ni eso.

- Ejem... ¡tranquilo hijo, tranquilo...! (El feligrés no para de apretar el tornillo y el mossén no sabe cómo salir del atolladero)
- Tú problema es más general de lo que crees, hijo. La falta de confianza en uno mismo, está presente en la inmensa mayoría de las personas, lo que ocurre es que todo el mundo intenta disimularla y que pase lo más desapercibida posible. Son muy pocos los que tienen la valentía de reconocerlo!... pero, como te digo, es un problema muy generalizado.
A modo de defensa, todo el mundo intenta ocultar la baja autoestima, algunos con reacciones claramente agresivas; otros, especialmente los jóvenes (aunque también algunos adultos) intentan vencer la timidez a través del alcohol e incluso con drogas... ¡lo cual agrava todavía más el problema, puesto que la solución es efímera, cara y contraria a su salud!
- Yo padre ni siquiera fumo, y beber... una cerveza de uvas a peras y poco más. ¡Quizás un carajillito a medio día, después de comer!
Creo sinceramente... (sigo a mi bola) que los demás no me ven como yo quisiera, porque yo tampoco me veo así. Soy incapaz de proyectar una imagen en la que no creo. Para ser simpático, uno tiene que ser el primero en verse así o, al menos, ser capaz de representar la comedia...
- Lo entiendo hijo, lo entiendo. Pero tranquilo, no será para tanto... - responde el mosen, viendo que el temporal no amaina.

- En fin, padre... ¡me acusaría de tantas cosas! Por ejemplo:
De tener la puerta de mi casa cerrada con llave y no con la persiana como único muro que me separe de los demás, lo que impide el trato amable que había antaño con el vecindario.
De haber instalado en casa el aire acondicionado, el TDT, el Plus y un ordenador con Router Wi-fi conectado a Internet las veinticuatro horas.
De no compartir con los vecinos la primera sandía, como antes era habitual.
De molestarme los gritos y petardos a deshora, tras una fiesta ajena.
De no contarles mis penas a los demás, pensando que solo servirá para que se rian de mí...
- ¿Qué más, hijo?...qué más? -dice el mossén aparentando un interés que seguramente no tiene.
- Todo lo que le acabo de decir, padre, te aísla. Además... vas por la calle y te da la impresión que todos (excepto uno mismo) pisan seguro; todos parecen saber hacia donde van; dónde está el bien y el mal de las cosas; la verdad y la mentira en cada una de las encrucijadas en que la vida nos pone cada día. A mí, padre, siempre me asalta la duda...

A pesar de todas las comodidades que la vida (y mi duro trabajo) me han proporcionado, me da la impresión de que mi vida es un rotundo fracaso, aunque tampoco veo la luz en el espejo de los demás... ¡son tántas las piedras que el camino tiene!
Los viejos de todos los tiempos, siempre han dicho que éste es un mundo de penas, por lo que habrá que pensar que la felicidad (siempre efímera) es tan solo el pequeño instante en que uno pueda evadirse de todo y de todos.
El mossén está ya cansado de tanta monserga, harto de escuchar cada día las mismas dudas y las mismas preguntas de todos sus feligreses, para las que no tiene respuesta. A él le resultaría mas apetecible y entretenido que le contasen aventuras extraconyugales, e incluso alguna insinuación... ¿Habrán pasado a la historia esas cosas, o es que ya no se le cuentan a un cura? Porque, la verdad... (piensa el mossén) si empiezan a fallar las salsas, ¿para que me habré hecho yo cocinero de esta parroquia?.

Aburrido hasta la extenuación estalla:
- Tu hijo, no necesitas un confesor... ¡Tú necesitas un psiquiatra!
El feligrés reconoce que se ha excedido y, a su manera, pide clemencia y comprensión.
- En fin, padre... creo que ya le he dado bastante el coñazo, perdón... quiero decir la lata. Bueno, que ya me extendido demasiado. Mmm... ¿cúal es la penitencia que me impone?
- Penitencia...? Tu ya tienes bastante con lo que llevas encima, ¡no necesitas mayor penitencia!
Ego te absolvo pecatis tuis, en nómine Patri, et Fili, et Spíritu Sancti, amén.
- Ve con Dios hijo mío..., ve con Dios.
- Que El nos proteja a todos, padre...

EL ÚLTIMO CONDILL


(Seguramente la línea de latín estará mal escrita, ¡ porque yo de latín...! pero, bueno.)

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